“Isis, ya viene tu
hija.
Te suplico que extiendas tu manto y la
recibas.
Ha recorrido un largo camino para llegar hacia
ti.”
“Memorias de
Cleopatra”, Margaret George
Castillos
de cristal
El viento perfumado de la
primavera, mecía los bermejos cabellos de Carol cuya mirada curiosa y
meditabunda se posaba en el libro de ilustraciones en láminas de oro que su
padre le había regalado de tierras lejanas, donde decía vestían sólo pequeños
pedazos de tela, hecha de piel de animales y que sólo cubría menos de lo
suficiente. Los colores eran de flores licuadas y algunas ilustraciones todavía
presentaban un ligero olor dulzón. Cuando no estaba ocupada la princesa, se
divertía viendo a los sirvientes correr de un lugar a otro.
Sentada en el sillón rojo
carmesí y suaves cojines satinados que acariciaban su piel como una brisa
cálida.
---¡Cuidado con la aleta de
esos delfines!¡La salsa de zarzamora! ¡El koala! ¡La salsa esta por derramarse! ¡Cuidado! ---
gritaban en alemán, en chino, en francés en idiomas desconocidos.
Para los sirvientes era un
suplicio entenderse pues todos provenían de diferentes lugares y la princesa intrigada
esperaba que sus platillos fueran tan exóticos como sus acentos.
Le gustaban las sorpresas y gozaba de los
lujos, aunque daría lo que fuera por una comida tranquila, sin sirvientes,
conversando de cosas triviales. Con el Rey y la Reina, sus padres.
En poco tiempo todo se
convertiría en absurdos vestidos, un circo de invitados desternillados de risa
con rostros maquillados hasta el hastío, manos de viejos pellizcando los
traseros de las cortesanas y realmente toda una sátira circense.
Este banquete era muy
importante, aun cuando la princesa se imaginaba que tanto alboroto se debía a
su cumpleaños número quince, bien podría ser cualquier otro evento en el que al
despertar y mientras todos dormían, adornaría su cuerpo desnudo con el collar
de perlas asiáticas, las pulseras de oro hindúes, los collares de marfil
africanos, las tiaras de diamantes rusas. Después tendría que vestir ajustados corssetes
y capa tras capa ocultar su hermoso cuerpo ya que faltaban dos semanas de
inminente tragedia y enfebrecida pasión.
En pocos años desaparecía la timidez dando lugar a una
mujer altiva y con fuerte presencia, voluptuosa caminaba hacia el espejo, con
una mirada de lujuria tal, que haría temblar hasta al caballero con más temple
y luego besaba su reflejo imaginando a su amante.
Por su puesto en conjunto,
su piel nívea salpicada por apenas unos puntillos color carmesí, esbozos de pecas
y sus ojos azules la hacían inigualablemente bella. Sus cabellos acariciaban su
espalda y hacían que su piel suave como durazno se enchinara y sus bellos
pezones rosas se endurecieran. Su bajo vientre punzaba y más adentro una magia
desconocida alborotaba sus sentidos. Pronto sería una mujer.
Carol tenía esa mirada
intensa que si lo quería, lo podía decir
todo. Tenía el porte que no podía pasar desapercibido y era dueña de un porte
sutil. Su belleza inmutable y el reino viviendo en armonía. La suave tesitura
de su voz. Hablando a veces un susurro. A veces enérgica expresaba su
determinación. En los aposentos frente a su matrona, Ámbar se limitaba a
asentir y su cabello caía suavemente sobre su frente cubriendo su mirada de
tristeza. Tenía tantas cosas que decir y mientras peinaban su cabello, pintaban
sus uñas, lavaban sus pies, ponían exóticas mezclas herbales que harían más
suave su piel, su mente viajaba y recordaba cómo se divertía en la terraza,
cuando con notas que iban de lo suave a lo intenso, su voz inundaba el
invernadero donde ella danzaba como una flor más, danzando y convirtiendo su
vestido blanco en una corola y su voz angelical alimentaba los sentidos ocultos
de las flores de las cuales tomaba su esencia.
Desde el amanecer, hombres,
mujeres y niños participaban en la pizca de la orquídea, flor preferida de
Carol.
“Orquidaceae” -
proclamaba su tutor mientras
sostenía una delgada gran caña apuntando
a un pequeño borrador “nombre científico, derivado de la palabra “orquis”
que su maestro de latín Delkos evitaba a toda costa decir su significado,
puesto que orquis significa “testículo” y sonrosado inclinaba la cabeza y cambiaba el
tema. La princesa debía permanecer lo más pura en su mente, en su cuerpo y en
su espíritu. Era leal seguidor del mandato de su Padre y con gran devoción era
tutor y Guardia Real de la Princesa. Desde muy pequeño vivió en el Palacio. Y
estuvo cerca de la princesa. Contaban ambos con la misma edad. Siendo el de
origen humilde. Sus padres, campesinos, yacían ambos con la espalda rota,
resultado de toda una vida en el campo. Plantando nabos. Consagrados a su
trabajo. Atendieron los vastos campos de nabos como otros cientos, que
aceptaban su destino y antes de que saliera el Sol, arrancaban los grandes
nabos con manos callosas. Acostumbradas a trabajar en las inclemencias del
tiempo protegidos con lo mínimo. Vivieron una vida frugal pero se las
ingeniaron para que Delkos aprendiera un oficio. Su tío había heredado algunos
títulos nobiliarios debido a ciertos negocios que fueron muy bien. Algunas
propiedades que tenían sus ancestros. Algunos buenos negocios y pudo tener
alguna presencia en el Palacio. Sabiendo esto Fredo su hermano no reparo en
pedirle a su hermano que tomara a Delkos que aparentaba tener una buena predisposición
a las letras.
El muchacho tenía una chispa
singular que transmitió confianza y decidió tomarlo bajo su tutela.
Pronto el muchacho aprendió
lenguas, ciencias y artes de muy refinada envergadura. También tuvo adiestramiento
militar y estuvo condecorado por su valor y valentía. Un día el viejo maestro
de latín Ravielle cayó enfermo y no había quién lo reemplazara. Delkos fue su aprendiz
por muchos años y cuando Delkos casi cumplía diez y siete años, se convirtió en
Tutor Real de la princesa.
Tuvo que olvidar noches desenfrenadas
donde se acostaba con las doncellas que
atendían a la corte. Les murmuraba en el oído mientras se retorcían de
placer Nequaqua vacuum “El vacío
no existe”. Bebía vino y cantaba hasta desplomarse. Era adepto a los festejos y
dentro de la Corte, los tiempos pasaban epicúreos, victoriosos.
II
Con la esencia de miles de
flores se perfumaba el agua que por un complicado pero ingenioso sistema de
contenedores, tubos y mangueras, Carol podía tomar largos y tibios baños que
dejaban su pubescente piel emanando ese delicado aroma que se combinaba con el
ambiente y cuando el viento estival, cálido y húmedo soplaba por entre las
ventanas del palacio, los sirvientes podían distinguir a distancia si la
princesa se acercaba, el viento traía consigo la belleza de Carol y su sonrisa
juguetona reafirmaba su presencia, tratando de atrapar a una mariposa o
molestando al viejo Ogma o cuando jugaba con Ruma la hija de Irina, todos
sirvientes del palacio. Casi no tenía contacto con el exterior.
Ese día todos están apurados en el castillo y había decidido dar una caminata por los
vastos jardines del palacio. Mientras tanto, despreocupada llenaba sus ojos con
los innumerables colores que salpicaban el paisaje, empezando por el cielo
azul, el cual si tuviera conciencia envidiaría
secretamente el color de sus ojos, los valles llenos de árboles, los
jardines llenos de flores, blancas, rojas, violetas y luego los grandes
viñedos, tomaba algún racimo con sus blanquísimas manos y saboreando las uvas y
derramándose el dulcísimo jugo.
Yacía en medio de una
alfombra de olorosas flores, había caminado a la deriva sin saber que había
salido de los linderos del palacio y lánguidamente cerró los ojos esperando que
el mundo desapareciera aunque sea por un segundo, llenando sus pulmones de aire
tibio perfumado, erigiendo su pecho voluptuoso, exhalando, pronto quedó
dormida, teniendo un sueño perturbador. A sus pies un hombre desconocido
lloraba, con la cabeza gacha y con las dos manos se apoyaba en su espada, la cual estaba
clavada en el piso, en medio de un charco de sangre. De pronto el suelo comenzó
a vibrar, ella despertó, pensó que un terremoto repentinamente sacudía su
entorno pero descubrió que estaba al lado del camino que llevaba al palacio. El
ruido de caballos se fue acercando y con esto también llegaron los horribles
sonidos de hombres gimiendo, pidiendo ayuda, agua, rezaban, algunos maldecían. Se
incorporó y se acercó, tenía en su mente el sueño que había tenido hace unos
minutos del hombre, postrado a sus pies llorando, recordó que no pudo ver su
rostro solo su cabello rubio, sus manos y la espada, forjada el mango con una
serpiente con ojos que eran dos zafiros.
Al acercarse al camino
observó el más miserable de los espectáculos. Cientos de soldados volvían de la
guerra, traían a sus muertos y a sus heridos. El hedor era insoportable no pudo
más que hacer una mueca de horror y asco ante aquella aterradora imagen sin
embargo se mantuvo inmóvil. Observó a los soldados con brazos y piernas
amputados, pidiendo agua y misericordia. Una gran cantidad de buitres los
seguían desde las alturas y cuando algún
brazo o pierna cercenados caían, los buitres peleaban con los perros,
con el hocico sangriento, ávidos de carne gangrenada.
Carol estaba a punto de
correr de vuelta al palacio, llena de una sensación pavorosa, había presenciado
los horrores de la guerra y el velo de la muerte había rozado su alma,
inundándola de una sensación de impotencia, de tristeza, de miedo. Quería
llorar y salir de ahí inmediatamente.
--¡Miladi! Esta usted algo
lejos de sus aposentos—dijo una voz que le pareció la más dulce del mundo. Sir
Dantiel en su caballo blanco había rebasado la procesión y había reconocido a
la princesa.
--- Por todos los santos
¿Qué ha sucedido?—dijo Carol perturbada
--Miladi son los infieles,
cada vez están más cerca---hemos defendido el pueblo de Vermount. La victoria
nos ha favorecido.—dijo Dantiel con una sonrisa que dejaba ver unos dientes
perfectos.
---Si esto es resultado de
la victoria no quiero imaginar a los perdedores---dijo la princesa un poco más
tranquila.
--Miladi mi nombre es
Dantiel, soy guardia real de su padre el Rey Felipe y su fiel servidor---al
decir esto bajó de su caballo y se postró ante ella, clavando su espada en la
tierra. En ese momento observó el mango de la espada, tenía la serpiente con
los zafiros. Se sintió mareada y se desmayó. Dantiel la tomó entre sus brazos y
pudo percibir el aroma tenue que emanaba de ese cuerpo tan dócil. De pronto la
guerra y sus horrores desaparecieron al hundir su nariz en el cabello de la
princesa. Por unos segundos perdió noción de tiempo y espacio que fue
reemplazada por un espasmo de terror, el aroma era el aroma de las orquídeas,
un aroma que identificaba perfectamente. Experimentó entonces un arrebato de
furia y dolor o tal vez era una coincidencia, el palacio estaba rodeado de
campos donde se cultivaba la dichosa flor.
-¡Claro! Es una terrible
coincidencia—decía para sus adentros. Carol empezaba a dar signos de estar
reanimándose y Dantiel vio sus ojos azules y grabó en su memoria esa mirada, de
temor y de al mismo tiempo de entrega. Ambos sabían en sus corazones, que su
destino estaría unido pero un terrible presentimiento los embargaba. El sueño
de ella era una premonición. Y dio pie a que recordara las historias de
caballeros y doncellas vírgenes sacrificadas en rituales secretos. Por su
cuenta empezaría a indagar en un tema que eventualmente la llevaría a su fatal
destino. En Dantiel crecía la duda, la terrible duda ya que el aroma de las
orquídeas, era el aroma de las doncellas vírgenes sacrificadas en el ritual de
las Palabras Impronunciables. En el cuál participaba cada cuatro lunas nuevas
después de dos años bisiestos y eso sería la próxima semana, precisamente en el
cumpleaños de la princesa Carol. Si todo concordaba tendría que morir
desvirgada por los doce caballeros, un minuto antes de cumplir los quince años,
que es cuando la energía se conserva más pura y sirve para augurar victorias en
las batallas para que el reino permaneciera en armonía. Tenía que ser una
coincidencia, era la hija del Rey. Nadie se atrevería a cometer tal atrocidad y
aunque el Rey conocía los rituales jamás participaba o preguntaba pensando en
que eran supersticiones de soldados. Tampoco sabía que las doncellas eran violadas
por los doce caballeros, se le arrancaban la lengua y se le sacaban los ojos y
después eran degolladas derramando su preciosa sangre sobre la efigie del Gran
Dreino, después de esto las Palabras Impronunciables quedarían seguras.
Al despertar su padre
acariciaba su frente. Amaba a su hija como a nada en el mundo y no permitiría
que nada le sucediera. Güida, la doncella que estaba a cargo de Carol recibiría
una fuerte reprimenda, el haber dejado sola a la Princesa se consideraba
imperdonable pero gracias a las suplicas de Carol, el Rey desistió, sabía que
habían crecido juntas eran como hermanas.
Carol se excusó diciendo que
todo aquello del banquete la tenía muy desconcertada, que necesitaba un poco de
tranquilidad, aquella que solo se consigue acercándose a la naturaleza, que en
los alrededores del palacio era vasta y en esa época los colores explotaban.
Su padre le recomendó estar
en cama.
--Descansa hija mía, nada ni
nadie debe perturbarte—dijo el Rey complaciente. – Salir del palacio es
arriesgado, por favor no nos preocupes a mí o a tu madre otra vez, permite que
alguien te acompañe.
---Padre estoy bien,
comprende que sólo fue un mareo---dijo Carol con esa mirada
enternecedora---Padre ¿Cuándo terminará la guerra?—inquirió esperando encontrar
en su padre la respuesta, pero ni el mismo conocía la respuesta.
--- Solo Dios podría
saberlo---dijo pensativo---ahora descansa, la guerra es un tema que no te
incumbe, las Princesas deben pensar en otras cosas---
--¿Ah sí? ¿Cómo qué?---dijo
Carol frunciendo levemente el ceño.
---Pues no se cosas de
Princesas, cosas de niñas, las guerras son incomprensibles pero nos mantienen
seguros. Son necesarias desafortunadamente.
Ogma el más viejo de los
sirvientes vestía una toga color marrón, color de la pasión, de la sangre. En
su pecho estaba el emblema del Gran Dreino, bordado con hilo de oro. Así
vestían los otros once caballeros pero Ogma, tenía en su poder el cetro de la
Algarabía, lo que lo convertía en el más respetable de los caballeros. Vivía
una doble vida como sirviente aunque debido a su edad y su apariencia
desempeñaba las tareas más fáciles dejando a los demás la limpieza, cuidado del
jardín, reparación del palacio y demás, algunas veces se limitaba a dar órdenes
y cuando algún chef o algún mayordomo le pedía que llevara o que llamara a
alguien argumentaba dolor de espalda y se sentaba a cada rato, así la próxima
vez cualquiera que quisiera darle una orden dudaría, se cumpliría quince
minutos más tarde de lo debido.
No así en la Cueva del Olvido. Eran exactamente las
doce de la noche la semana antes del día del Ritual, tendrían que planear el
robo de la doncella.
Sir Dantiel estaba nervioso.
Desde siempre quiso pertenecer a la Orden como lo habían hecho su hermano que
estaba con él, Sir Cargo y así lo había hecho su padre gran amigo de Sir
Dreifus o como era mejor conocido en el palacio como el viejo Ogma. Los
rituales habían sido hasta cierto punto efectivos, los augurios se habían
cumplido y la Orden permanecía oculta pero esta vez Sir Dantiel, de mano firme
y mirada penetrante tenía un terrible presentimiento.
---Caballeros, “Liberate
tu temet ex inferis” ---decía al hacer una reverencia a la estatua enorme
del Gran Dreino.
¡Liberate tu temet ex
inferis!—gritaban
los caballeros al unísono.
---- El ritual está cerca,
debemos elegir a la próxima doncella----
Sir Dantiel tomó la palabra:
--- Hay una bellísima mujer
llamada Amelie, la he visto lavar sus ropas un día que pasaba por la vereda
Palmillo, su cabello dorado cae hasta sus caderas, la vi desnuda compañeros---decía
exaltado----su cuerpo es tan puro como el agua misma que en la cual lavaba sus
ropas. Estuve ahí hipnotizado por su belleza hasta que terminó y la seguí a
distancia, por último observé que se dirigía a Torbes a unos kilómetros de la
gran encrucijada. Compañeros esta vez el Gran Dreino estará complacido si
ofrecemos a esta hermosa mujer.
¿Torbes?--- ¿No recordáis
que hemos tomado más mujeres en Torbes que en ningún otro poblado?---preguntó
Sir Dreifus enérgico--- Sir Dantiel estas fuera de la realidad, no podemos
arriesgarnos, recuerda que el futuro del Reino depende del próximo ritual.
Tengo una lista de las
mujeres más hermosas de los alrededores tendremos que decidir por votos quien
será la próxima doncella. Por favor señores lean detenidamente la lista y
mañana mismo planearemos como robar a la doncella escogida—dijo Sir Dreifus
entregando papeles a cada uno de los caballeros.
Acto seguido todos los
caballeros leyeron la lista algunos sonreían otros permanecían serios otros más
sombríos, de entre la lista había mujeres que conocían incluso que eran hijas
de amigos pero el propósito del Ritual era más importante que cualquier hija de
campesino o sirviente de algún palacio.
La votación se haría de
inmediato. El resultado fue contundente sería Ruma la hija de Irina. Enseguida
un escalofrío recorrió el cuerpo de Sir Dantiel, Ruma era amiga de la infancia
de Carol. Esperaba que todo esto acabara rápido y Carol quedaría fuera. Después
sería demasiado tarde ya que en una semana cumpliría años, al igual que Ruma pero ella sería
víctima del Suplicio de la Orden un minuto antes de cumplir los quince años su
garganta sería cortada y con su sangre se bañaría la estatua del Gran Dreino y
así prevalecería la paz del reino según la costumbre milenaria.
Sir Dantiel presintió lo
peor. Tomó su espada y se incluyó en el juramento, al juntar las puntas. Los
caballeros tendrían a su doncella.
Ese día todavía no amanecía
cuando Irina peinaba los cabellos de Ruma, desde que nació el infortunio de
Irina acabó, fue acogida en el Palacio gracias a su abuela que fue la costurera
de la reina hasta que murió ciega, dejando sola a Irina en el palacio, se
enamoró de un caballero que luego murió en combate, dejándola fecundada y meses
después nacería Ruma que en el idioma desconocido de la abuela significa “Hoja
de otoño que cae”. La piel tostada de Ruma y sus ojos casi amarillos le daban
una belleza exótica. Siempre sonriendo y ayudando a su madre en las labores de
costura. En sus tiempos libres soñaba con casarse con algún caballero, aunque
cuando platicaba con Carol las dos tenían algo de audaces, querían montar a
caballo y someter a los infieles, cortando sus cabezas o destripándolos. Para
luego gritar el nombre del Rey Felipe y beber con los caballeros, que habiendo sobrevivido
irían al mesón más cercano y se divertirían con las prostitutas entre ríos de
vino y cantos de victoria.
Carol admiraba a Ruma,
secretamente, era impresionante la belleza de Carol, pero la mezcla de razas en
Ruma la hacían consistentemente más atractiva. Algunas veces a puerta cerrada
se desnudaban una a la otra, al quitar las prendas era inevitable rozar el
pecho de Ruma o al poner las medias de seda se detenía a cada centímetro de
clara piel de Carol, presionando sus muslos endurecidos por las largas jornadas
a caballo. Luego Ruma vestía como si ella fuera la princesa. Reían y platicaban
hasta que le era permitido a Ruma.
Irina sabía de la amistad de
su hija con la princesa y recelosa le reclamaba que la abandonara con tanto
trabajo. A lo cual Ruma pretenciosa argumentaba que algún día ella podría ser
feliz ya que un gran botín de guerra traído por su “esposo” las sacaría de la
pobreza. Irina solo podía bendecir el que su hija tuviera sueños pero agradecía
al Señor que solo fueran debido a su corta edad.
Una noche en la cual Carol
se mecía en el sillón-columpio a las afueras del palacio, se acercó Sir Dantiel
a ella. Era tarde y no había nadie en el palacio. Había un cielo estrellado y
una luna redonda reluciente. Carol vestía suaves ropas blancas,
semi-transparentes, eran demasiadas como para revelar algo de su rápidamente
desarrollada feminidad, turbada pensaba en el sueño y precisamente pensaba en
Sir Dantiel y su espada.
---Buenas Noches
Miladi---dijo Sir Dantiel postrándose ante ella. ---Espero no molestarla y con
el debido respeto creo que debería estar acostada durmiendo.
---Sir Dantiel estaría usted
en lo cierto pero me perdería la vista de tan bella noche---dijo Carol, la
Princesa con melancolía.
--Es cierto, disculpe mi
impertinencia ahora me retiraré para que siga disfrutando—dijo el caballero
secamente.
Se estaba alejando
cuando Carol lo llamo por su nombre:
---Dantiel, necesito hablar
con usted.
El caballero dio la vuelta y
agradeció a los cielos con una sensación cálida en su pecho el tener un tiempo
a solas con la princesa.
---¿En qué puedo servirle
Miladi?---hablaba parcamente.
--Llámame Carol, olvidemos
las diferencias un momento, necesito hablarle de algo muy serio.
Dantiel no pudo más sentirse
inquieto---Estoy a tus ordenes Carol--- dijo sorprendido de tanta confianza y
sinceridad.
---Sé acerca de los
rituales---dijo de sopetón.
Sir Dantiel abrió los ojos
como si hubiera escuchado el nombre del señor de la oscuridad y tomó de la mano
a Carol y la llevó corriendo al pequeño bosque que estaba junto a ellos.
---Carol por lo que más
quieres en este mundo jamás vuelvas a mencionar eso----dijo tratándose de
controlar---además todo mundo sabe que son supersticiones.
---¿Ah sí? Entonces si es
una superstición me podrías explicar esto ---sacando de sus ropas un collar de
perlas.
Sir Dantiel turbado hizo
caso omiso del collar y preguntó dónde lo había encontrado.
---En el río donde
encontraron el cuerpo de esa pobre muchacha que murió torturada --- dijo Carol
incriminatoriamente.
---¡Nada tiene que ver una
cosa con otra!—dijo Dantiel enérgicamente. Se encontró al culpable y se le
colgó en la plaza por orden del Rey.
Carol se acercó a Dantiel y
sus narices casi se tocaban, de los ojos de Carol salía una mirada chispeante.
--Seré una simple niña para
usted Dantiel pero este collar pertenecía a una mujer inocente que murió
cruelmente por una causa noble y usted lo sabe---espetó Carol saltándose las
venas de sus sienes. Al acercarse la Princesa, el corazón de Dantiel desbocado
quería salir de su pecho y en su interior nació el arrebato de besarla pero se
contuvo. Carol sólo pudo percibir un bulto endurecido que presionaba su bajo
vientre. Un calor la recorrió desde su entrepierna pasando por su pecho y
haciendo que sus labios temblaran. Quería llorar.
--No sabe lo que dice Carol,
será mejor regresar al palacio. Le recomendaría no mencionar a nadie nada de
esto si no quiere que la gente piense que perdió la razón----
Al decir estas palabras
Carol no pudo contener el llanto y estalló. Dantiel sorprendido por su reacción
la abrazo pero ella estaba verdaderamente fuera de sí, al sentir el abrazo de
Dantiel forcejeó y Dantiel la atrajo hacia sí, permitiendo que sus cuerpos
enardecidos se juntaran más y más. Comenzaron a besarse frenéticamente, Dantiel
hurgó entre sus ropas y se deshizo de la ropa interior de Carol. La penetró de
un golpe. Estaban recargados en un viejo y ancho tronco y Carol se entregó en
cuerpo y alma al hombre que amaba en secreto desde que era más niña.
Al terminar acostados en la
tibia cama de hojarasca, viendo hacia el cielo estrellado con Carol recostada
en su pecho. Sir Dantiel pensaba en Ruma y su fatal destino. Una lágrima rodó
por su mejilla. De su mente no podía sacar las palabras de Carol “ una muerte
cruel por una causa noble”, era una verdad irrefutable. Ruma moriría por el
bien del reino y Carol se quedaría sin su amiga de la infancia, los Caballeros
le quitarían a su “hermana” y Ruma desearía no haber nacido.
Faltaban dos días para el
gran banquete y para que se realizara el Ritual. Los sirvientes atareados, los
invitados que habían llegado antes ya estaban entregados al hedonismo puro,
entre ríos de vino, comida exótica y música casi terrenal, el Rey y la Reina,
ocupados, el uno en coordinar sus ejércitos, administrar los impuestos y
botines de guerra, tomar decisiones de cómo y cuándo disponer de las vidas de
los propios y de los ajenos. La Reina en cambio mantenía en orden los últimos
arreglos para el gran banquete donde su hija Carol cumpliría la mayoría de edad
y con ello estaría ya a disposición de casarse con algún príncipe y así
consolidar el poderío del reino.
Carol en cambio había pedido
ir a la cabaña que tenían a unos cuantos kilómetros del palacio, ella no quería
intervenir había dicho a su madre y para todos sería lo mejor ya que así sería
menos probable que se enterara que el banquete era su fiesta de cumpleaños y la
forma de decirle a todo el reino que la Princesa sería Reina y tendría que
tener a un Rey a su lado. Lo que nadie sabía es que Rey o no la princesa ya
tenía con quien compartir sus riquezas y no precisamente riquezas materiales.
En la cabaña se entregaba a Sir Dantiel que había encontrado en Carol las
delicias que en ninguna mujer había encontrado. Su cuerpo flexible y su piel
suave hacían imposible dejar de besarlo, morderlo, el aroma de orquídeas,
simplemente se amaban y se entregaban al juego de explotar en sensaciones
placenteras olvidándose de todo a su alrededor.
Luego de un par de horas
Carol yacía dormida mientras Sir Dantiel esperaba afuera, despejando su mente,
presentía lo peor y vaya que tenía motivos, de repente se presentó a caballo un
mensajero ocultando su cara tras una serie de paños que sólo dejaban ver sus
ojos, por algún impulso Sir Dantiel tomó su espada, el extraño mensajero venía
a todo galope directamente hacía él. Desenfundó su espada y justo antes de
arrollarlo el mensajero hizo que el caballo frenara con un relincho levantando
las patas delanteras solo a centímetros del rostro de Sir Dantiel, quien
permaneció inmóvil, en el pecho del mensajero estaba el emblema del Gran
Dreino.
Sabía a qué venía, era el
mismo procedimiento de siempre, dos días antes del ritual llegaba la carta, en
papel pergamino con el sello del Emblema.
Ruma estaba en poder de los
caballeros, en la cueva del Olvido, con un potente sedante la mantenían
sumergida en un pozo natural de aguas termales burbujeaban y le daban vida a cientos
de orquídeas que rozaban el cuerpo de piel tostado de la muchacha. Pronto sería
ataviada con la toga color marrón y capucha, se le mantendría sedada todo el
tiempo, ausente mientras las peores atrocidades acabarían con su vida y todo en
el nombre del Reino.
Carol escuchó los relinchos
y se despertó, al salir sólo pudo ver al caballo alejarse ya Sir Dantiel con
una expresión sombría que se transformó en una sonrisa ligeramente amarga al
verla salir.
---Amor mío, regresemos al
lecho. No quiero pasar un minuto más lejos de ti.---dijo Sir Dantiel ocultando
su preocupación.
---¿Quién era aquel que se
alejó?---dijo Carol inquisitiva.
---Un soldado mejor dicho un
mensajero. Nos tenemos que preparar en unas cuantas semanas tendremos una
importante batalla—mintió Dantiel.
---Bueno Sir Dantiel tiene
usted otra batalla que librar y no hay escapatoria---le decía mientras lo
abrazaba y los dos caminaban al interior de la cabaña.
La fogata alimentaba de una
agradable temperatura a la estancia de la cabaña, afuera empezaba a oscurecer.
Había una piel de tigre de Bengala su suavidad acariciaba la espalda de ambos,
tendidos, con las manos entrelazadas, la sangre de ambos hervía y sus corazones
latían apresuradamente. Aun así permanecían inmóviles, suspendidas sus
conciencias y sensibilizados sus sentidos. Sir Dantiel tomó una pluma de faisán
de un decorado de la estancia. Con un movimiento delicado, tomó un extremo de
la delgadísima toga que cubría el cuerpo de Carol y lo hizo a un lado
descubriendo su hermoso cuerpo de piel lechosa y pezones rosas. Con la pluma
empezó a acariciarla empezando por el cuello haciendo que la Princesa levantara
la barbilla sonriendo, la pluma recorrió su cuello, sus hombros, haciendo
movimientos circulares en sus pálidas aureolas y luego descendiendo por su
ombligo y el interior de sus muslos. Con un movimiento ascendente y descendente
hasta acercándose poco a poco a la flor, la verdadera orquídea que era su vulva
y estimularla con la pluma. Carol enardecida jadeaba y acostada en la cama
apoyaba su cara contra la cama de un lado y luego del otro conteniendo el
sentimiento que se estaba acumulando dentro de ella, el sentimiento de ser
poseída por su querido caballero pero en su interior algo ocurrió, tuvo
conciencia de algo que nunca había experimentado, sabía que el sentimiento que
Sir Dantiel había despertado en ella era como un hambre que nada podría saciar.
Esa noche hicieron el amor tantas veces como una pareja en su apogeo de edad
pueden hacerlo, hasta que sus cuerpos pidieron descanso. Aunque en la mente de
los dos existía ya ese vínculo, parecido al de los seres que cohabitan juntos
en la punta de un alfiler o en el universo entero. En ese momento prescindieron
de toda realidad, sociedad, tiempo y espacio incluso renunciaban a la vida
propia, con tal de estar juntos y llevar su éxtasis a los terrenos peligrosos
del camino sin retorno.
La mañana siguiente Carol
despertó y vio que se hallaba sola en la cama. Por la ventana entraba un
poderoso haz luminoso del sol primaveral y soplaba un viento de hierba húmeda
por el rocío. Sería la última vez que vería otro amanecer pero parecía el
primero. Carol sonrió y sin saber porque comenzó a sollozar. Se sentía
inmensamente feliz, todo estaba claro, algo no estaba bien. Abrazo la almohada
la cual cubrió de dulces lágrimas producidas por el sentimiento misterioso que
solo otra mujer podría explicar, el significado de la vida y la muerte dentro
de ella, en su corazón, en su cuerpo con la química en su infinito dinamismo y
en su pensamiento, tenía un fuerte presentimiento, de que estaba embarazada.
Salió a respirar un poco,
llenar sus pulmones de ese aire puro y perfumado que amaba desde pequeña y
caminar descalza en esa alfombra de suave césped. De pronto encontró la carta
que el mensajero había llevado a Dantiel y que en su descuido había dejado caer
y ahora estaba en manos de Carol. Al ver el sello, un escalofrío recorrió su espina
dorsal, conocía ese emblema. Lo había visto en sueños.
Al abrir la carta, en su
aturdimiento, padecía un incremento en la temperatura corporal, pese al clima
fresco ella sudaba frío y sólo tuvo que posar su mirada de reojo en la carta y
leer el nombre de “Ruma”. Se desvaneció. De pronto todo se volvió oscuridad.
Cuando despertó vio al viejo
Ogma al frente, estaba en una habitación con paredes de piedra como una
habitación tallada dentro de la tierra, la luz de una lámpara alumbraba
débilmente la habitación.
Al ver al viejo Ogma su
corazón se llenó de regocijo puesto que veía a Ogma como su abuelo.
---Algo horrible le va a
suceder a Ruma ¿Lo sabes ya? Ogma por favor ayúdala---dijo Carol
---Despreocúpate querida
Carol, Ruma está a salvo ahora—dijo benignamente el viejo Ogma.
Carol quiso levantarse de la
cama pero de pronto se vio sujeta por manos y piernas a lo que reaccionó con
verdadero pánico.
De pronto entraron algunos
caballeros con antorchas a la habitación y con esto la habitación se iluminó.
Carol rápidamente observó a Ogma y vio con sorpresa que ya no vestía las roídas
y sucias ropas de siempre, ahora era la toga con emblema que había visto en la
carta. Sintió deseos de gritar pero poco a poco la escena de los caballeros
entrando todos encapuchados empezó a nublarse, perdió poco a poco la fuerza y
desvaneció.
Ese día el banquete sería un
éxito, la princesa Carol estaría gozando como si fuera el primer banquete en su
honor, comería, bebería, participaría en los bailes. Por medios mágicos que
sólo Ogma conocía habían logrado la transmutación de los cuerpos entre Ruma y
Carol. En el momento que Runa en el cuerpo de Carol sonreía a la vida Carol
moría desangrada. El futuro del reino estaba asegurado y nadie nunca sabría la
verdad. Aparentemente...
Dantiel pertenecía a la
Orden de los Caballeros de las Palabras Impronunciables. Ahora era un caballero
sin fe. Carol su amor había muerto. Él la había violado al igual que los otros
once caballeros antes de que muriera desangrada y su sangre cubriera la estatua
de Ogma en el ritual del Corazón Negro. Algo salió mal esa noche, la doncella
no era virgen. El ritual fue un fracaso las Palabras Impronunciables fueron las
últimas que pronunciara Carol antes de morir, “Suus Deus mortuus” (Su
Dios muerto) y la Orden se disolvió. Después fueron capturados. Dantiel
recordaba el momento en el que enfrente de los otros once caballeros tendría
que ultrajarla, le habían cortado la lengua, le habían sacado los ojos. No
podía gritar ni llorar sólo pedir una muerte rápida. Las violaciones fueron
mecánicas los doce caballeros habían participado en otras ocasiones en los
rituales a Ogma, Dantiel había participado también y estuvo consciente en el
momento que se inició como Caballero de la Orden que los rituales probaban el
temple y la lealtad de los caballeros. Habían jurado por escrito con su propia
sangre la carta donde otorgaba su voluntad a defender los estatutos de la Orden
y para esto tenía que ser célibe y sólo en el ritual poseer los cuerpos de
doncellas, alguna vez hermosas, dulces. Normalmente las drogaban para que
estuvieran tranquilas. Algunos caballeros realizaban toda clase de aberraciones
con ellas. Cortaban sus pezones los cuales masticaban como dulces. Hacían
cortes con sus espadas en los cuerpos níveos de las doncellas. Nadie sabía el
verdadero propósito del Ritual, se realizaba cada año y se traían doncellas de
poblados cercanos. Los cuerpos eran desmembrados y lanzados al río donde los
peces y demás animales acuáticos devoraban los restos de las doncellas. Ocurría
cada año y siempre se buscaba a algún desgraciado al cuál se le acusaba de
haber matado o desaparecido a la doncella en cuestión y se le ahorcaba en la
plaza pública. Nadie sabía del ritual, solos los doce caballeros. Los cuales
tenían una doble identidad como generales de la Guardia Real. Acudían a todo
tipo de eventos y cuando había guerra eran grandes estrategas que aplastaban a
sus enemigos con ingeniosas batallas. Celebraban en grande. A la vista del
público eran héroes, cuando tenían que realizar misiones como resguardar el
envió de impuestos al Rey de poblado en poblado eran vitoreados por los
pobladores. Les llovían flores blancas, eran asediadas por las más dulces
jóvenes que en sus sueños de adolescentes subían a sus caballos y desaparecían
para sucumbir ante sus caricias. Aparentemente daban su vida por el Rey Felipe
quien los tenía en muy buena estima. Hasta que se enteró de la atrocidad de su
herejía. Carol tenía como marca de nacimiento un lunar con forma de corazón en
la nuca. Un día que tenían un compromiso importante con algún ministro
extranjero se le ocurrió al Rey entrar a las habitaciones donde Carol estaba
siendo peinada a la usanza de ese tiempo y sus cabellos eran levantados dejando
a la vista el cuello delicado y fino de la princesa. El Rey de pronto observó
su cuello detenidamente.
---¿Qué te ocurre
padre?---dijo Carol inocentemente.
---¡Salgan todos!----
Inmediatamente dijo el Rey, aplaudiendo y haciendo aspavientos. ---¡Vamos!
¡Todos afuera!—estaba encolerizado.
Estando a solas con Carol le
dijo casi escupiéndole en la cara:
---¿Dónde está mi hija
maldita usurpadora? ¿Dónde?—gritó el Rey sacudiendo su cabeza la cual la tenía
sostenida por los cabellos.
---¡Padre! ¡Auxilio! ¡Madre!
¡Se ha vuelto loco!----gritó Carol tratando de librarse de la pinza que
sostenía sus cabellos.
De pronto Irina irrumpió en
la escena.
--Suelte a mi hija—dijo
imperativamente.
---¡Tu hija!—dijo el Rey con
los ojos desorbitados. Se acercó a la
ventana llorando de frustración y coraje. Al ver que no tenía la marca de
nacimiento sabía que no era su hija y de pronto temió lo peor. ¡Ogma!
---pensó---¡Ese viejo miserable! ---.
Salió de la habitación y
ordenó a los guardias que por ningún motivo dejara entrar o salir a nadie de la
habitación si alguien preguntaba argumentarían que la princesa había sido
contagiada de viruela y que para evitar un brote sería recluida en su
habitación a Irina la llevó a los calabozos y ordenó que se le encerrara. Nadie
se daría cuenta de su desaparición.
En esos tiempos la religión
católica era muy estricta, la sombra de la Inquisición pesaba por sobre aquel
desgraciado que se le sospechara de hereje. Se le torturaba, se le hacía firmar
una confesión y luego se le ahorcaba en las plazas públicas. El Rey rara vez
intervenía en esos asuntos pero el día que tuvo enfrente de él a sus doce
generales, ya sabiendo las atrocidades que cometían, ese día pidió al cielo
tomar una buena decisión, no quería una matanza, tampoco podía salir a la luz
pública, sería un escándalo y la seguridad del reino estaría en riesgo. Su hija
Carol había sido la última víctima y enfrente tenía a los culpables. Después de
que escuchara la forma en que murió, de los labios amoratados de Ogma, mordió
los suyos. Se saltaron las venas de sus sienes y llamó al Señor de los Cielos.
Entonces Dantiel, sin dientes en la boca y echando espumarajos de sangre
dijo---Yo la amaba---Recibió un golpe que lo dejó inconsciente.
La leyenda decía que si la
doncella no era virgen al derramarse su sangre poco a poco por pequeñas incisiones
sobre la estatua del Gran Dreino la Orden desaparecería y con ello el futuro
del reino estaba escrito. Dantiel y Carol fueron amantes y su amor los llevó a
la ruina al igual que el reino. Los dos murieron de forma atroz mientras el Rey
tuvo que aparentar amar a su hija Carol. Nadie nunca supo nada, poco a poco el
enemigo ganaba terreno hasta usurpar el trono del Rey Felipe, lográndolo tiempo
después.
La nueva era acabó con todo lo referente a la monarquía e
instituyó una nueva forma de administración llamada capitalismo donde no había
cabida para caballeros, castillos y mucho menos princesas y su belleza
celestial.
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