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POST MORTEM In Paradise we would be handled by huries, virgins with eyes like stars, inmarcesible virginity that is reborn with every kiss and saliva so gentle that a little bit fall in the ocean all the water would be sweeten. Du Ryére, Le Coran

sábado, 9 de agosto de 2014

Castillos de cristal


“Isis, ya viene tu hija.
 Te suplico que extiendas tu manto y la recibas.
 Ha recorrido un largo camino para llegar hacia ti.”
“Memorias de Cleopatra”, Margaret George


 

Castillos de cristal



El viento perfumado de la primavera, mecía los bermejos cabellos de Carol cuya mirada curiosa y meditabunda se posaba en el libro de ilustraciones en láminas de oro que su padre le había regalado de tierras lejanas, donde decía vestían sólo pequeños pedazos de tela, hecha de piel de animales y que sólo cubría menos de lo suficiente. Los colores eran de flores licuadas y algunas ilustraciones todavía presentaban un ligero olor dulzón. Cuando no estaba ocupada la princesa, se divertía viendo a los sirvientes correr de un lugar a otro.
Sentada en el sillón rojo carmesí y suaves cojines satinados que acariciaban su piel como una brisa cálida.

---¡Cuidado con la aleta de esos delfines!¡La salsa de zarzamora! ¡El koala!  ¡La salsa esta por derramarse! ¡Cuidado! --- gritaban en alemán, en chino, en francés en idiomas desconocidos.
Para los sirvientes era un suplicio entenderse pues todos provenían de diferentes lugares y la princesa intrigada esperaba que sus platillos fueran tan exóticos como sus acentos.
 Le gustaban las sorpresas y gozaba de los lujos, aunque daría lo que fuera por una comida tranquila, sin sirvientes, conversando de cosas triviales. Con el Rey y la Reina, sus padres.

En poco tiempo todo se convertiría en absurdos vestidos, un circo de invitados desternillados de risa con rostros maquillados hasta el hastío, manos de viejos pellizcando los traseros de las cortesanas y realmente toda una sátira circense.

Este banquete era muy importante, aun cuando la princesa se imaginaba que tanto alboroto se debía a su cumpleaños número quince, bien podría ser cualquier otro evento en el que al despertar y mientras todos dormían, adornaría su cuerpo desnudo con el collar de perlas asiáticas, las pulseras de oro hindúes, los collares de marfil africanos, las tiaras de diamantes rusas. Después tendría que vestir ajustados corssetes y capa tras capa ocultar su hermoso cuerpo ya que faltaban dos semanas de inminente tragedia y enfebrecida pasión.
En pocos años desaparecía la timidez dando lugar a una mujer altiva y con fuerte presencia, voluptuosa caminaba hacia el espejo, con una mirada de lujuria tal, que haría temblar hasta al caballero con más temple y luego besaba su reflejo imaginando a su amante.

Por su puesto en conjunto, su piel nívea salpicada por apenas unos puntillos color carmesí, esbozos de pecas y sus ojos azules la hacían inigualablemente bella. Sus cabellos acariciaban su espalda y hacían que su piel suave como durazno se enchinara y sus bellos pezones rosas se endurecieran. Su bajo vientre punzaba y más adentro una magia desconocida alborotaba sus sentidos. Pronto sería una mujer.


Carol tenía esa mirada intensa que si lo quería, lo podía  decir todo. Tenía el porte que no podía pasar desapercibido y era dueña de un porte sutil. Su belleza inmutable y el reino viviendo en armonía. La suave tesitura de su voz. Hablando a veces un susurro. A veces enérgica expresaba su determinación. En los aposentos frente a su matrona, Ámbar se limitaba a asentir y su cabello caía suavemente sobre su frente cubriendo su mirada de tristeza. Tenía tantas cosas que decir y mientras peinaban su cabello, pintaban sus uñas, lavaban sus pies, ponían exóticas mezclas herbales que harían más suave su piel, su mente viajaba y recordaba cómo se divertía en la terraza, cuando con notas que iban de lo suave a lo intenso, su voz inundaba el invernadero donde ella danzaba como una flor más, danzando y convirtiendo su vestido blanco en una corola y su voz angelical alimentaba los sentidos ocultos de las flores de las cuales tomaba su esencia.
Desde el amanecer, hombres, mujeres y niños participaban en la pizca de la orquídea, flor preferida de Carol.
Orquidaceae” - proclamaba su tutor mientras sostenía una delgada  gran caña apuntando a un pequeño borrador nombre científico, derivado de la palabra “orquis” que su maestro de latín Delkos evitaba a toda costa decir su significado, puesto que orquis significa “testículo” y  sonrosado inclinaba la cabeza y cambiaba el tema. La princesa debía permanecer lo más pura en su mente, en su cuerpo y en su espíritu. Era leal seguidor del mandato de su Padre y con gran devoción era tutor y Guardia Real de la Princesa. Desde muy pequeño vivió en el Palacio. Y estuvo cerca de la princesa. Contaban ambos con la misma edad. Siendo el de origen humilde. Sus padres, campesinos, yacían ambos con la espalda rota, resultado de toda una vida en el campo. Plantando nabos. Consagrados a su trabajo. Atendieron los vastos campos de nabos como otros cientos, que aceptaban su destino y antes de que saliera el Sol, arrancaban los grandes nabos con manos callosas. Acostumbradas a trabajar en las inclemencias del tiempo protegidos con lo mínimo. Vivieron una vida frugal pero se las ingeniaron para que Delkos aprendiera un oficio. Su tío había heredado algunos títulos nobiliarios debido a ciertos negocios que fueron muy bien. Algunas propiedades que tenían sus ancestros. Algunos buenos negocios y pudo tener alguna presencia en el Palacio. Sabiendo esto Fredo su hermano no reparo en pedirle a su hermano que tomara a Delkos que aparentaba tener una buena predisposición a las letras.
El muchacho tenía una chispa singular que transmitió confianza y decidió tomarlo bajo su tutela.
Pronto el muchacho aprendió lenguas, ciencias y artes de muy refinada envergadura. También tuvo adiestramiento militar y estuvo condecorado por su valor y valentía. Un día el viejo maestro de latín Ravielle cayó enfermo y no había quién lo reemplazara. Delkos fue su aprendiz por muchos años y cuando Delkos casi cumplía diez y siete años, se convirtió en Tutor Real de la princesa.
Tuvo que olvidar noches desenfrenadas donde se  acostaba con las doncellas que atendían a la corte. Les murmuraba en el oído mientras se retorcían de placer  Nequaqua vacuum “El vacío no existe”. Bebía vino y cantaba hasta desplomarse. Era adepto a los festejos y dentro de la Corte, los tiempos pasaban epicúreos, victoriosos.


II

Con la esencia de miles de flores se perfumaba el agua que por un complicado pero ingenioso sistema de contenedores, tubos y mangueras, Carol podía tomar largos y tibios baños que dejaban su pubescente piel emanando ese delicado aroma que se combinaba con el ambiente y cuando el viento estival, cálido y húmedo soplaba por entre las ventanas del palacio, los sirvientes podían distinguir a distancia si la princesa se acercaba, el viento traía consigo la belleza de Carol y su sonrisa juguetona reafirmaba su presencia, tratando de atrapar a una mariposa o molestando al viejo Ogma o cuando jugaba con Ruma la hija de Irina, todos sirvientes del palacio. Casi no tenía contacto con el exterior.

Ese día todos están apurados en el castillo y  había decidido dar una caminata por los vastos jardines del palacio. Mientras tanto, despreocupada llenaba sus ojos con los innumerables colores que salpicaban el paisaje, empezando por el cielo azul, el cual si tuviera conciencia envidiaría  secretamente el color de sus ojos, los valles llenos de árboles, los jardines llenos de flores, blancas, rojas, violetas y luego los grandes viñedos, tomaba algún racimo con sus blanquísimas manos y saboreando las uvas y derramándose el dulcísimo jugo.
Yacía en medio de una alfombra de olorosas flores, había caminado a la deriva sin saber que había salido de los linderos del palacio y lánguidamente cerró los ojos esperando que el mundo desapareciera aunque sea por un segundo, llenando sus pulmones de aire tibio perfumado, erigiendo su pecho voluptuoso, exhalando, pronto quedó dormida, teniendo un sueño perturbador. A sus pies un hombre desconocido lloraba, con la cabeza gacha y con las dos manos  se apoyaba en su espada, la cual estaba clavada en el piso, en medio de un charco de sangre. De pronto el suelo comenzó a vibrar, ella despertó, pensó que un terremoto repentinamente sacudía su entorno pero descubrió que estaba al lado del camino que llevaba al palacio. El ruido de caballos se fue acercando y con esto también llegaron los horribles sonidos de hombres gimiendo, pidiendo ayuda, agua, rezaban, algunos maldecían. Se incorporó y se acercó, tenía en su mente el sueño que había tenido hace unos minutos del hombre, postrado a sus pies llorando, recordó que no pudo ver su rostro solo su cabello rubio, sus manos y la espada, forjada el mango con una serpiente con ojos que eran dos zafiros.
Al acercarse al camino observó el más miserable de los espectáculos. Cientos de soldados volvían de la guerra, traían a sus muertos y a sus heridos. El hedor era insoportable no pudo más que hacer una mueca de horror y asco ante aquella aterradora imagen sin embargo se mantuvo inmóvil. Observó a los soldados con brazos y piernas amputados, pidiendo agua y misericordia. Una gran cantidad de buitres los seguían desde las alturas y cuando algún  brazo o pierna cercenados caían, los buitres peleaban con los perros, con el hocico sangriento, ávidos de carne gangrenada.

Carol estaba a punto de correr de vuelta al palacio, llena de una sensación pavorosa, había presenciado los horrores de la guerra y el velo de la muerte había rozado su alma, inundándola de una sensación de impotencia, de tristeza, de miedo. Quería llorar y salir de ahí inmediatamente.
--¡Miladi! Esta usted algo lejos de sus aposentos—dijo una voz que le pareció la más dulce del mundo. Sir Dantiel en su caballo blanco había rebasado la procesión y había reconocido a la princesa.
--- Por todos los santos ¿Qué ha sucedido?—dijo Carol perturbada
--Miladi son los infieles, cada vez están más cerca---hemos defendido el pueblo de Vermount. La victoria nos ha favorecido.—dijo Dantiel con una sonrisa que dejaba ver unos dientes perfectos.
---Si esto es resultado de la victoria no quiero imaginar a los perdedores---dijo la princesa un poco más tranquila.
--Miladi mi nombre es Dantiel, soy guardia real de su padre el Rey Felipe y su fiel servidor---al decir esto bajó de su caballo y se postró ante ella, clavando su espada en la tierra. En ese momento observó el mango de la espada, tenía la serpiente con los zafiros. Se sintió mareada y se desmayó. Dantiel la tomó entre sus brazos y pudo percibir el aroma tenue que emanaba de ese cuerpo tan dócil. De pronto la guerra y sus horrores desaparecieron al hundir su nariz en el cabello de la princesa. Por unos segundos perdió noción de tiempo y espacio que fue reemplazada por un espasmo de terror, el aroma era el aroma de las orquídeas, un aroma que identificaba perfectamente. Experimentó entonces un arrebato de furia y dolor o tal vez era una coincidencia, el palacio estaba rodeado de campos donde se cultivaba la dichosa flor.
-¡Claro! Es una terrible coincidencia—decía para sus adentros. Carol empezaba a dar signos de estar reanimándose y Dantiel vio sus ojos azules y grabó en su memoria esa mirada, de temor y de al mismo tiempo de entrega. Ambos sabían en sus corazones, que su destino estaría unido pero un terrible presentimiento los embargaba. El sueño de ella era una premonición. Y dio pie a que recordara las historias de caballeros y doncellas vírgenes sacrificadas en rituales secretos. Por su cuenta empezaría a indagar en un tema que eventualmente la llevaría a su fatal destino. En Dantiel crecía la duda, la terrible duda ya que el aroma de las orquídeas, era el aroma de las doncellas vírgenes sacrificadas en el ritual de las Palabras Impronunciables. En el cuál participaba cada cuatro lunas nuevas después de dos años bisiestos y eso sería la próxima semana, precisamente en el cumpleaños de la princesa Carol. Si todo concordaba tendría que morir desvirgada por los doce caballeros, un minuto antes de cumplir los quince años, que es cuando la energía se conserva más pura y sirve para augurar victorias en las batallas para que el reino permaneciera en armonía. Tenía que ser una coincidencia, era la hija del Rey. Nadie se atrevería a cometer tal atrocidad y aunque el Rey conocía los rituales jamás participaba o preguntaba pensando en que eran supersticiones de soldados. Tampoco sabía que las doncellas eran violadas por los doce caballeros, se le arrancaban la lengua y se le sacaban los ojos y después eran degolladas derramando su preciosa sangre sobre la efigie del Gran Dreino, después de esto las Palabras Impronunciables quedarían seguras.
Al despertar su padre acariciaba su frente. Amaba a su hija como a nada en el mundo y no permitiría que nada le sucediera. Güida, la doncella que estaba a cargo de Carol recibiría una fuerte reprimenda, el haber dejado sola a la Princesa se consideraba imperdonable pero gracias a las suplicas de Carol, el Rey desistió, sabía que habían crecido juntas eran como hermanas.
Carol se excusó diciendo que todo aquello del banquete la tenía muy desconcertada, que necesitaba un poco de tranquilidad, aquella que solo se consigue acercándose a la naturaleza, que en los alrededores del palacio era vasta y en esa época los colores explotaban.
Su padre le recomendó estar en cama.
--Descansa hija mía, nada ni nadie debe perturbarte—dijo el Rey complaciente. – Salir del palacio es arriesgado, por favor no nos preocupes a mí o a tu madre otra vez, permite que alguien te acompañe.
---Padre estoy bien, comprende que sólo fue un mareo---dijo Carol con esa mirada enternecedora---Padre ¿Cuándo terminará la guerra?—inquirió esperando encontrar en su padre la respuesta, pero ni el mismo conocía la respuesta.
--- Solo Dios podría saberlo---dijo pensativo---ahora descansa, la guerra es un tema que no te incumbe, las Princesas deben pensar en otras cosas---
--¿Ah sí? ¿Cómo qué?---dijo Carol frunciendo levemente el ceño.
---Pues no se cosas de Princesas, cosas de niñas, las guerras son incomprensibles pero nos mantienen seguros. Son necesarias desafortunadamente.



Ogma el más viejo de los sirvientes vestía una toga color marrón, color de la pasión, de la sangre. En su pecho estaba el emblema del Gran Dreino, bordado con hilo de oro. Así vestían los otros once caballeros pero Ogma, tenía en su poder el cetro de la Algarabía, lo que lo convertía en el más respetable de los caballeros. Vivía una doble vida como sirviente aunque debido a su edad y su apariencia desempeñaba las tareas más fáciles dejando a los demás la limpieza, cuidado del jardín, reparación del palacio y demás, algunas veces se limitaba a dar órdenes y cuando algún chef o algún mayordomo le pedía que llevara o que llamara a alguien argumentaba dolor de espalda y se sentaba a cada rato, así la próxima vez cualquiera que quisiera darle una orden dudaría, se cumpliría quince minutos más tarde de lo debido.
No así en la Cueva del Olvido. Eran exactamente las doce de la noche la semana antes del día del Ritual, tendrían que planear el robo de la doncella.
Sir Dantiel estaba nervioso. Desde siempre quiso pertenecer a la Orden como lo habían hecho su hermano que estaba con él, Sir Cargo y así lo había hecho su padre gran amigo de Sir Dreifus o como era mejor conocido en el palacio como el viejo Ogma. Los rituales habían sido hasta cierto punto efectivos, los augurios se habían cumplido y la Orden permanecía oculta pero esta vez Sir Dantiel, de mano firme y mirada penetrante tenía un terrible presentimiento.

---Caballeros, “Liberate tu temet ex inferis” ---decía al hacer una reverencia a la estatua enorme del Gran Dreino.
¡Liberate tu temet ex inferis!—gritaban los caballeros al unísono.
---- El ritual está cerca, debemos elegir a la próxima doncella----
Sir Dantiel tomó la palabra:

--- Hay una bellísima mujer llamada Amelie, la he visto lavar sus ropas un día que pasaba por la vereda Palmillo, su cabello dorado cae hasta sus caderas, la vi desnuda compañeros---decía exaltado----su cuerpo es tan puro como el agua misma que en la cual lavaba sus ropas. Estuve ahí hipnotizado por su belleza hasta que terminó y la seguí a distancia, por último observé que se dirigía a Torbes a unos kilómetros de la gran encrucijada. Compañeros esta vez el Gran Dreino estará complacido si ofrecemos a esta hermosa mujer.

¿Torbes?--- ¿No recordáis que hemos tomado más mujeres en Torbes que en ningún otro poblado?---preguntó Sir Dreifus enérgico--- Sir Dantiel estas fuera de la realidad, no podemos arriesgarnos, recuerda que el futuro del Reino depende del próximo ritual.
Tengo una lista de las mujeres más hermosas de los alrededores tendremos que decidir por votos quien será la próxima doncella. Por favor señores lean detenidamente la lista y mañana mismo planearemos como robar a la doncella escogida—dijo Sir Dreifus entregando papeles a cada uno de los caballeros.
Acto seguido todos los caballeros leyeron la lista algunos sonreían otros permanecían serios otros más sombríos, de entre la lista había mujeres que conocían incluso que eran hijas de amigos pero el propósito del Ritual era más importante que cualquier hija de campesino o sirviente de algún palacio.
La votación se haría de inmediato. El resultado fue contundente sería Ruma la hija de Irina. Enseguida un escalofrío recorrió el cuerpo de Sir Dantiel, Ruma era amiga de la infancia de Carol. Esperaba que todo esto acabara rápido y Carol quedaría fuera. Después sería demasiado tarde ya que en una semana cumpliría  años, al igual que Ruma pero ella sería víctima del Suplicio de la Orden un minuto antes de cumplir los quince años su garganta sería cortada y con su sangre se bañaría la estatua del Gran Dreino y así prevalecería la paz del reino según la costumbre milenaria.
Sir Dantiel presintió lo peor. Tomó su espada y se incluyó en el juramento, al juntar las puntas. Los caballeros tendrían a su doncella.

Ese día todavía no amanecía cuando Irina peinaba los cabellos de Ruma, desde que nació el infortunio de Irina acabó, fue acogida en el Palacio gracias a su abuela que fue la costurera de la reina hasta que murió ciega, dejando sola a Irina en el palacio, se enamoró de un caballero que luego murió en combate, dejándola fecundada y meses después nacería Ruma que en el idioma desconocido de la abuela significa “Hoja de otoño que cae”. La piel tostada de Ruma y sus ojos casi amarillos le daban una belleza exótica. Siempre sonriendo y ayudando a su madre en las labores de costura. En sus tiempos libres soñaba con casarse con algún caballero, aunque cuando platicaba con Carol las dos tenían algo de audaces, querían montar a caballo y someter a los infieles, cortando sus cabezas o destripándolos. Para luego gritar el nombre del Rey Felipe y beber con los caballeros, que habiendo sobrevivido irían al mesón más cercano y se divertirían con las prostitutas entre ríos de vino y cantos de victoria.
Carol admiraba a Ruma, secretamente, era impresionante la belleza de Carol, pero la mezcla de razas en Ruma la hacían consistentemente más atractiva. Algunas veces a puerta cerrada se desnudaban una a la otra, al quitar las prendas era inevitable rozar el pecho de Ruma o al poner las medias de seda se detenía a cada centímetro de clara piel de Carol, presionando sus muslos endurecidos por las largas jornadas a caballo. Luego Ruma vestía como si ella fuera la princesa. Reían y platicaban hasta que le era permitido a Ruma.
Irina sabía de la amistad de su hija con la princesa y recelosa le reclamaba que la abandonara con tanto trabajo. A lo cual Ruma pretenciosa argumentaba que algún día ella podría ser feliz ya que un gran botín de guerra traído por su “esposo” las sacaría de la pobreza. Irina solo podía bendecir el que su hija tuviera sueños pero agradecía al Señor que solo fueran debido a su corta edad.

Una noche en la cual Carol se mecía en el sillón-columpio a las afueras del palacio, se acercó Sir Dantiel a ella. Era tarde y no había nadie en el palacio. Había un cielo estrellado y una luna redonda reluciente. Carol vestía suaves ropas blancas, semi-transparentes, eran demasiadas como para revelar algo de su rápidamente desarrollada feminidad, turbada pensaba en el sueño y precisamente pensaba en Sir Dantiel y su espada.
---Buenas Noches Miladi---dijo Sir Dantiel postrándose ante ella. ---Espero no molestarla y con el debido respeto creo que debería estar acostada durmiendo.
---Sir Dantiel estaría usted en lo cierto pero me perdería la vista de tan bella noche---dijo Carol, la Princesa con melancolía.
--Es cierto, disculpe mi impertinencia ahora me retiraré para que siga disfrutando—dijo el caballero secamente.
Se estaba alejando cuando  Carol lo llamo por su nombre:
---Dantiel, necesito hablar con usted.
El caballero dio la vuelta y agradeció a los cielos con una sensación cálida en su pecho el tener un tiempo a solas con la princesa.
---¿En qué puedo servirle Miladi?---hablaba parcamente.
--Llámame Carol, olvidemos las diferencias un momento, necesito hablarle de algo muy serio.
Dantiel no pudo más sentirse inquieto---Estoy a tus ordenes Carol--- dijo sorprendido de tanta confianza y sinceridad.
---Sé acerca de los rituales---dijo de sopetón.
Sir Dantiel abrió los ojos como si hubiera escuchado el nombre del señor de la oscuridad y tomó de la mano a Carol y la llevó corriendo al pequeño bosque que estaba junto a ellos.
---Carol por lo que más quieres en este mundo jamás vuelvas a mencionar eso----dijo tratándose de controlar---además todo mundo sabe que son supersticiones.
---¿Ah sí? Entonces si es una superstición me podrías explicar esto ---sacando de sus ropas un collar de perlas.
Sir Dantiel turbado hizo caso omiso del collar y preguntó dónde lo había encontrado.
---En el río donde encontraron el cuerpo de esa pobre muchacha que murió torturada --- dijo Carol incriminatoriamente.
---¡Nada tiene que ver una cosa con otra!—dijo Dantiel enérgicamente. Se encontró al culpable y se le colgó en la plaza por orden del Rey.
Carol se acercó a Dantiel y sus narices casi se tocaban, de los ojos de Carol salía una mirada chispeante.
--Seré una simple niña para usted Dantiel pero este collar pertenecía a una mujer inocente que murió cruelmente por una causa noble y usted lo sabe---espetó Carol saltándose las venas de sus sienes. Al acercarse la Princesa, el corazón de Dantiel desbocado quería salir de su pecho y en su interior nació el arrebato de besarla pero se contuvo. Carol sólo pudo percibir un bulto endurecido que presionaba su bajo vientre. Un calor la recorrió desde su entrepierna pasando por su pecho y haciendo que sus labios temblaran. Quería llorar.
--No sabe lo que dice Carol, será mejor regresar al palacio. Le recomendaría no mencionar a nadie nada de esto si no quiere que la gente piense que perdió la razón----
Al decir estas palabras Carol no pudo contener el llanto y estalló. Dantiel sorprendido por su reacción la abrazo pero ella estaba verdaderamente fuera de sí, al sentir el abrazo de Dantiel forcejeó y Dantiel la atrajo hacia sí, permitiendo que sus cuerpos enardecidos se juntaran más y más. Comenzaron a besarse frenéticamente, Dantiel hurgó entre sus ropas y se deshizo de la ropa interior de Carol. La penetró de un golpe. Estaban recargados en un viejo y ancho tronco y Carol se entregó en cuerpo y alma al hombre que amaba en secreto desde que era más niña.
Al terminar acostados en la tibia cama de hojarasca, viendo hacia el cielo estrellado con Carol recostada en su pecho. Sir Dantiel pensaba en Ruma y su fatal destino. Una lágrima rodó por su mejilla. De su mente no podía sacar las palabras de Carol “ una muerte cruel por una causa noble”, era una verdad irrefutable. Ruma moriría por el bien del reino y Carol se quedaría sin su amiga de la infancia, los Caballeros le quitarían a su “hermana” y Ruma desearía no haber nacido.


Faltaban dos días para el gran banquete y para que se realizara el Ritual. Los sirvientes atareados, los invitados que habían llegado antes ya estaban entregados al hedonismo puro, entre ríos de vino, comida exótica y música casi terrenal, el Rey y la Reina, ocupados, el uno en coordinar sus ejércitos, administrar los impuestos y botines de guerra, tomar decisiones de cómo y cuándo disponer de las vidas de los propios y de los ajenos. La Reina en cambio mantenía en orden los últimos arreglos para el gran banquete donde su hija Carol cumpliría la mayoría de edad y con ello estaría ya a disposición de casarse con algún príncipe y así consolidar el poderío del reino.
Carol en cambio había pedido ir a la cabaña que tenían a unos cuantos kilómetros del palacio, ella no quería intervenir había dicho a su madre y para todos sería lo mejor ya que así sería menos probable que se enterara que el banquete era su fiesta de cumpleaños y la forma de decirle a todo el reino que la Princesa sería Reina y tendría que tener a un Rey a su lado. Lo que nadie sabía es que Rey o no la princesa ya tenía con quien compartir sus riquezas y no precisamente riquezas materiales. En la cabaña se entregaba a Sir Dantiel que había encontrado en Carol las delicias que en ninguna mujer había encontrado. Su cuerpo flexible y su piel suave hacían imposible dejar de besarlo, morderlo, el aroma de orquídeas, simplemente se amaban y se entregaban al juego de explotar en sensaciones placenteras olvidándose de todo a su alrededor.
Luego de un par de horas Carol yacía dormida mientras Sir Dantiel esperaba afuera, despejando su mente, presentía lo peor y vaya que tenía motivos, de repente se presentó a caballo un mensajero ocultando su cara tras una serie de paños que sólo dejaban ver sus ojos, por algún impulso Sir Dantiel tomó su espada, el extraño mensajero venía a todo galope directamente hacía él. Desenfundó su espada y justo antes de arrollarlo el mensajero hizo que el caballo frenara con un relincho levantando las patas delanteras solo a centímetros del rostro de Sir Dantiel, quien permaneció inmóvil, en el pecho del mensajero estaba el emblema del Gran Dreino.
Sabía a qué venía, era el mismo procedimiento de siempre, dos días antes del ritual llegaba la carta, en papel pergamino con el sello del Emblema.
Ruma estaba en poder de los caballeros, en la cueva del Olvido, con un potente sedante la mantenían sumergida en un pozo natural de aguas termales burbujeaban y le daban vida a cientos de orquídeas que rozaban el cuerpo de piel tostado de la muchacha. Pronto sería ataviada con la toga color marrón y capucha, se le mantendría sedada todo el tiempo, ausente mientras las peores atrocidades acabarían con su vida y todo en el nombre del Reino.
Carol escuchó los relinchos y se despertó, al salir sólo pudo ver al caballo alejarse ya Sir Dantiel con una expresión sombría que se transformó en una sonrisa ligeramente amarga al verla salir.
---Amor mío, regresemos al lecho. No quiero pasar un minuto más lejos de ti.---dijo Sir Dantiel ocultando su preocupación.
---¿Quién era aquel que se alejó?---dijo Carol inquisitiva.
---Un soldado mejor dicho un mensajero. Nos tenemos que preparar en unas cuantas semanas tendremos una importante batalla—mintió Dantiel.
---Bueno Sir Dantiel tiene usted otra batalla que librar y no hay escapatoria---le decía mientras lo abrazaba y los dos caminaban al interior de la cabaña.
La fogata alimentaba de una agradable temperatura a la estancia de la cabaña, afuera empezaba a oscurecer. Había una piel de tigre de Bengala su suavidad acariciaba la espalda de ambos, tendidos, con las manos entrelazadas, la sangre de ambos hervía y sus corazones latían apresuradamente. Aun así permanecían inmóviles, suspendidas sus conciencias y sensibilizados sus sentidos. Sir Dantiel tomó una pluma de faisán de un decorado de la estancia. Con un movimiento delicado, tomó un extremo de la delgadísima toga que cubría el cuerpo de Carol y lo hizo a un lado descubriendo su hermoso cuerpo de piel lechosa y pezones rosas. Con la pluma empezó a acariciarla empezando por el cuello haciendo que la Princesa levantara la barbilla sonriendo, la pluma recorrió su cuello, sus hombros, haciendo movimientos circulares en sus pálidas aureolas y luego descendiendo por su ombligo y el interior de sus muslos. Con un movimiento ascendente y descendente hasta acercándose poco a poco a la flor, la verdadera orquídea que era su vulva y estimularla con la pluma. Carol enardecida jadeaba y acostada en la cama apoyaba su cara contra la cama de un lado y luego del otro conteniendo el sentimiento que se estaba acumulando dentro de ella, el sentimiento de ser poseída por su querido caballero pero en su interior algo ocurrió, tuvo conciencia de algo que nunca había experimentado, sabía que el sentimiento que Sir Dantiel había despertado en ella era como un hambre que nada podría saciar. Esa noche hicieron el amor tantas veces como una pareja en su apogeo de edad pueden hacerlo, hasta que sus cuerpos pidieron descanso. Aunque en la mente de los dos existía ya ese vínculo, parecido al de los seres que cohabitan juntos en la punta de un alfiler o en el universo entero. En ese momento prescindieron de toda realidad, sociedad, tiempo y espacio incluso renunciaban a la vida propia, con tal de estar juntos y llevar su éxtasis a los terrenos peligrosos del camino sin retorno.
La mañana siguiente Carol despertó y vio que se hallaba sola en la cama. Por la ventana entraba un poderoso haz luminoso del sol primaveral y soplaba un viento de hierba húmeda por el rocío. Sería la última vez que vería otro amanecer pero parecía el primero. Carol sonrió y sin saber porque comenzó a sollozar. Se sentía inmensamente feliz, todo estaba claro, algo no estaba bien. Abrazo la almohada la cual cubrió de dulces lágrimas producidas por el sentimiento misterioso que solo otra mujer podría explicar, el significado de la vida y la muerte dentro de ella, en su corazón, en su cuerpo con la química en su infinito dinamismo y en su pensamiento, tenía un fuerte presentimiento, de que estaba embarazada.
Salió a respirar un poco, llenar sus pulmones de ese aire puro y perfumado que amaba desde pequeña y caminar descalza en esa alfombra de suave césped. De pronto encontró la carta que el mensajero había llevado a Dantiel y que en su descuido había dejado caer y ahora estaba en manos de Carol. Al ver el sello, un escalofrío recorrió su espina dorsal, conocía ese emblema. Lo había visto en sueños.
Al abrir la carta, en su aturdimiento, padecía un incremento en la temperatura corporal, pese al clima fresco ella sudaba frío y sólo tuvo que posar su mirada de reojo en la carta y leer el nombre de “Ruma”. Se desvaneció. De pronto todo se volvió oscuridad.

Cuando despertó vio al viejo Ogma al frente, estaba en una habitación con paredes de piedra como una habitación tallada dentro de la tierra, la luz de una lámpara alumbraba débilmente la habitación.
Al ver al viejo Ogma su corazón se llenó de regocijo puesto que veía a Ogma como su abuelo.

---Algo horrible le va a suceder a Ruma ¿Lo sabes ya? Ogma por favor ayúdala---dijo Carol
---Despreocúpate querida Carol, Ruma está a salvo ahora—dijo benignamente el viejo Ogma.
Carol quiso levantarse de la cama pero de pronto se vio sujeta por manos y piernas a lo que reaccionó con verdadero pánico.
De pronto entraron algunos caballeros con antorchas a la habitación y con esto la habitación se iluminó. Carol rápidamente observó a Ogma y vio con sorpresa que ya no vestía las roídas y sucias ropas de siempre, ahora era la toga con emblema que había visto en la carta. Sintió deseos de gritar pero poco a poco la escena de los caballeros entrando todos encapuchados empezó a nublarse, perdió poco a poco la fuerza y desvaneció.

Ese día el banquete sería un éxito, la princesa Carol estaría gozando como si fuera el primer banquete en su honor, comería, bebería, participaría en los bailes. Por medios mágicos que sólo Ogma conocía habían logrado la transmutación de los cuerpos entre Ruma y Carol. En el momento que Runa en el cuerpo de Carol sonreía a la vida Carol moría desangrada. El futuro del reino estaba asegurado y nadie nunca sabría la verdad. Aparentemente...

Dantiel pertenecía a la Orden de los Caballeros de las Palabras Impronunciables. Ahora era un caballero sin fe. Carol su amor había muerto. Él la había violado al igual que los otros once caballeros antes de que muriera desangrada y su sangre cubriera la estatua de Ogma en el ritual del Corazón Negro. Algo salió mal esa noche, la doncella no era virgen. El ritual fue un fracaso las Palabras Impronunciables fueron las últimas que pronunciara Carol antes de morir, “Suus Deus mortuus” (Su Dios muerto) y la Orden se disolvió. Después fueron capturados. Dantiel recordaba el momento en el que enfrente de los otros once caballeros tendría que ultrajarla, le habían cortado la lengua, le habían sacado los ojos. No podía gritar ni llorar sólo pedir una muerte rápida. Las violaciones fueron mecánicas los doce caballeros habían participado en otras ocasiones en los rituales a Ogma, Dantiel había participado también y estuvo consciente en el momento que se inició como Caballero de la Orden que los rituales probaban el temple y la lealtad de los caballeros. Habían jurado por escrito con su propia sangre la carta donde otorgaba su voluntad a defender los estatutos de la Orden y para esto tenía que ser célibe y sólo en el ritual poseer los cuerpos de doncellas, alguna vez hermosas, dulces. Normalmente las drogaban para que estuvieran tranquilas. Algunos caballeros realizaban toda clase de aberraciones con ellas. Cortaban sus pezones los cuales masticaban como dulces. Hacían cortes con sus espadas en los cuerpos níveos de las doncellas. Nadie sabía el verdadero propósito del Ritual, se realizaba cada año y se traían doncellas de poblados cercanos. Los cuerpos eran desmembrados y lanzados al río donde los peces y demás animales acuáticos devoraban los restos de las doncellas. Ocurría cada año y siempre se buscaba a algún desgraciado al cuál se le acusaba de haber matado o desaparecido a la doncella en cuestión y se le ahorcaba en la plaza pública. Nadie sabía del ritual, solos los doce caballeros. Los cuales tenían una doble identidad como generales de la Guardia Real. Acudían a todo tipo de eventos y cuando había guerra eran grandes estrategas que aplastaban a sus enemigos con ingeniosas batallas. Celebraban en grande. A la vista del público eran héroes, cuando tenían que realizar misiones como resguardar el envió de impuestos al Rey de poblado en poblado eran vitoreados por los pobladores. Les llovían flores blancas, eran asediadas por las más dulces jóvenes que en sus sueños de adolescentes subían a sus caballos y desaparecían para sucumbir ante sus caricias. Aparentemente daban su vida por el Rey Felipe quien los tenía en muy buena estima. Hasta que se enteró de la atrocidad de su herejía. Carol tenía como marca de nacimiento un lunar con forma de corazón en la nuca. Un día que tenían un compromiso importante con algún ministro extranjero se le ocurrió al Rey entrar a las habitaciones donde Carol estaba siendo peinada a la usanza de ese tiempo y sus cabellos eran levantados dejando a la vista el cuello delicado y fino de la princesa. El Rey de pronto observó su cuello detenidamente.
---¿Qué te ocurre padre?---dijo Carol inocentemente.
---¡Salgan todos!---- Inmediatamente dijo el Rey, aplaudiendo y haciendo aspavientos. ---¡Vamos! ¡Todos afuera!—estaba encolerizado.
Estando a solas con Carol le dijo casi escupiéndole en la cara:
---¿Dónde está mi hija maldita usurpadora? ¿Dónde?—gritó el Rey sacudiendo su cabeza la cual la tenía sostenida por los cabellos.
---¡Padre! ¡Auxilio! ¡Madre! ¡Se ha vuelto loco!----gritó Carol tratando de librarse de la pinza que sostenía sus cabellos.
De pronto Irina irrumpió en la escena.
--Suelte a mi hija—dijo imperativamente.
---¡Tu hija!—dijo el Rey con los ojos desorbitados.  Se acercó a la ventana llorando de frustración y coraje. Al ver que no tenía la marca de nacimiento sabía que no era su hija y de pronto temió lo peor. ¡Ogma! ---pensó---¡Ese viejo miserable! ---.
Salió de la habitación y ordenó a los guardias que por ningún motivo dejara entrar o salir a nadie de la habitación si alguien preguntaba argumentarían que la princesa había sido contagiada de viruela y que para evitar un brote sería recluida en su habitación a Irina la llevó a los calabozos y ordenó que se le encerrara. Nadie se daría cuenta de su desaparición.

En esos tiempos la religión católica era muy estricta, la sombra de la Inquisición pesaba por sobre aquel desgraciado que se le sospechara de hereje. Se le torturaba, se le hacía firmar una confesión y luego se le ahorcaba en las plazas públicas. El Rey rara vez intervenía en esos asuntos pero el día que tuvo enfrente de él a sus doce generales, ya sabiendo las atrocidades que cometían, ese día pidió al cielo tomar una buena decisión, no quería una matanza, tampoco podía salir a la luz pública, sería un escándalo y la seguridad del reino estaría en riesgo. Su hija Carol había sido la última víctima y enfrente tenía a los culpables. Después de que escuchara la forma en que murió, de los labios amoratados de Ogma, mordió los suyos. Se saltaron las venas de sus sienes y llamó al Señor de los Cielos. Entonces Dantiel, sin dientes en la boca y echando espumarajos de sangre dijo---Yo la amaba---Recibió un golpe que lo dejó inconsciente.
La leyenda decía que si la doncella no era virgen al derramarse su sangre poco a poco por pequeñas incisiones sobre la estatua del Gran Dreino la Orden desaparecería y con ello el futuro del reino estaba escrito. Dantiel y Carol fueron amantes y su amor los llevó a la ruina al igual que el reino. Los dos murieron de forma atroz mientras el Rey tuvo que aparentar amar a su hija Carol. Nadie nunca supo nada, poco a poco el enemigo ganaba terreno hasta usurpar el trono del Rey Felipe, lográndolo tiempo después.
La nueva era  acabó con todo lo referente a la monarquía e instituyó una nueva forma de administración llamada capitalismo donde no había cabida para caballeros, castillos y mucho menos princesas y su belleza celestial.


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