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POST MORTEM In Paradise we would be handled by huries, virgins with eyes like stars, inmarcesible virginity that is reborn with every kiss and saliva so gentle that a little bit fall in the ocean all the water would be sweeten. Du Ryére, Le Coran

sábado, 9 de agosto de 2014

Dios cómplice

Mientras sus dedos danzaban por el sinuoso sendero de piel sudorosa, guiándose por las promesas de humedad y calidez las manos y su dueña ciega de pasión, reconociendo el cuerpo de su amada como al suyo propio. Amándolo con natural conocimiento y apretujar esos pechos firmes que merecen caricias profundas y el sudor que se evapora del cuerpo de Carmen con sus labios intocables, esos labios que rezan día y noche, oraciones automáticas y ahora murmuran suavemente barbaridades, languideciendo y dejando que Rosa de cuerpo menudo, pezones como corolas inflamadas, pálidas y frías y los labios de Carmen derritiendo esos copos de nieve que son sus aureolas perfumadas.

Por la ventana se infiltran los primeros rayos del sol y las monjas deben volver a sus claustros, también, Rosa y Carmen. Son las novicias que su osadía de amarse desde la infancia las convertía en amantes prohibidas.
Carmen salta por la ventana, su hábito le estorba un poco al saltar pero aun así sortea las bardas. Cayendo sólidamente se incorpora y recuerda cómo se fracturo la nariz de niña, así sorteando bardas, saltando ventanas, siempre acelerada en su andar.

Al llegar a su claustro trepa por la enredadera. Partes de las paredes   antiquísimas y húmedas. Son las lluvias tenues de junio las que embalsaman el ladrillo color chocolate donde todavía se observan las huellas dactilares de aquellos que moldearon las paredes que contendrían a generaciones de monjas en el Convento de San Agustín, donde Rosa y Carmen vivían ahí desde hace tiempo, las dos, huérfanas de padre y madre. Las dos en la Gracia de Dios. Y ahora tan abandonadas a su delirio.
Rosa tenía una mejor vida, sus padres tenían dinero, una casa en un vecindario agradable, no había perros callejeros ni basura, pero un día los asaltaron en el coche, el padre quiso reaccionar y recibió dos disparos en el pecho. A la mamá nunca la encontraron pero años después apareció un cadáver perdido en el bosque, las placas dentales corresponderían a las de la mamá de Rosa y sus tíos decidieron mandarla al Convento donde le enseñarían a amar a Dios. Le dijeron que Dios quiere a las niñas como un Padre pero más amoroso e inmortal.
Rosa lloraba todos los días, todas las noches, se escapaba a los alrededores del Convento y lloraba, tanta lágrima la agotaba, sería una deshidratación de primer grado si no fuera por Sor Cloe que le daba agua del pozo con miel, a veces la calentaba un poco en esas mañanas frías y Rosa podía ver todavía la tierra en el agua pero aun así era agua limpia y se la tomaba porque le gustaba que Sor Cloe la cuidara. Las niñas fueron aceptadas por la Madre Justine. Se hizo una excepción dadas las circunstancias tan precarias en que se encontraban las niñas. La mayoría eran mujeres que abandonadas por la sociedad, casi exiliadas llegaban a tener un poco de consuelo en los votos de silencio y castidad, su descanso y total frugalidad aunados al silencio permitía que algunas de ellas experimentaran el éxtasis religioso que en silencio las recorría de pies a cabeza y algunas de ellas aseguraban que Cristo las poseía, era un amor como el que sintió la Virgen incorpóreo, etéreo sin pecado pues el pecado está en la carne decían en misa cuando leían la Biblia polvorienta y se sabían de memoria fragmentos completos de cómo los apóstoles seguían a Cristo y experimentaban ese éxtasis cuando el Señor en sus discursos despertaba al amor y la felicidad que removía sus almas como si fueran un gran caldero de pasiones ocultas y desconocidas y entonces con Sus palabras encontrarían un cauce divino.
A los primero días que llegó, cuando Rosa lloraba y de tanto llorar entraba en un trance donde los ojos se le iban para atrás. Entonces la bañaban a cubetazos de agua de pozo. Pensaban que la niña estaba enferma por llorar tanto pues siempre se le veía con los ojos enrojecidos y se le sorprendía gimiendo. Interrumpía a las demás monjas cuando rezaban los Padres nuestros y las Aves marías, las interrumpían cuando tenían que hacer voto de silencio, interrumpía Rosa tan acongojada y bella y por bella la toleraban pues era una niña de palidez fantasmal, con unas pocas pecas en la cara. Desde que llegó no perdió esa mirada de corderito, que miraba que daba pena y las monjas se les hacia el corazón añicos y la abrazaban y le cantaban, para que la sonrisa curara su alma pues sabían que era más efectivo que ningún remedio y contaban como Sor Trueba la cocinera se cayó un día con todo y cacerolas y como intentaba pararse sin éxito pues el piso resbaloso se lo impedía y como el hábito le había llegado a tapar los ojos, no sabía si pararse o arreglarse el hábito y su cara colorada por eso le decían “La Jitomata”, en secreto porque aunque era un Convento también era una casa y en las casas se permite la confianza que tiene como invitada a la risa pero cuando llego otra invitada, Carmen, Rosa dejo de llorar y empezó a reír.

Carmen también era una niña huérfana, su padre abandonó a su madre cuando ella era un bebé y su mama se lanzó desde un risco por la tristeza tiempo después, por eso Carmen no soporta las alturas pues el día que murió su madre la buscó por todos lados y luego fue a ese lugar donde su madre iba a llorar y al asomarse la vio flotando en al agua como una muñeca y a su alrededor la sangre de todo su cuerpo. Al otro día de que habían sacado el cuerpo la sangre seguía ahí, los peces y los corales se tiñeron de rojo y a Carmen se le desarrollo una fobia por la sangre y las alturas.
Las niñas le daban vida a esas paredes mohosas, a esos pasillos oscuros y húmedos que olían añejo, con estar un momento se podían sentir las raíces crecer de los pies y como los ladrillos sudaban y el frío se metía por debajo del hábito hasta los huesos.

En el convento estaba prohibido entablar relaciones entre otras monjas pero como ya habíamos dicho este era más como un retiro espiritual perpetuo para esas almas que no encontraban consuelo así que algunas leyes se rompieron mientras hubiera comida para hoy y reservas suficientes, ropa limpia, los salones y la capilla impecables, los miles de libros polvorientos y viejos acomodados alfabéticamente por fecha, por tema, por número, con que todo luciera exactamente igual que hace centenas de años se les permitía a las monjas ser felices pero nunca fueron más felices que Carmen y Rosa.

La primera vez que se conocieron, Carmen casi muere de susto, de por sí era muy imaginativa y al entrar al convento no pudo más que pensar en almas en pena que rondarían su sueño y peinarían su cabello rojizo con sus manos invisibles, y también congelarían su rostro con el aliento gélido y fantasmal. El primer día que llegó, le enseñaron el Padre Nuestro y la dejaron en la capilla pero no sabían que Rosa estaba cerca, llorando como siempre, así que cuando Carmen escuchó sus gemidos, se sobresaltó, su corazón latía violentamente pues sabía que habría espectros encerrados en esas paredes antiguas, se asustó tanto que quedó paralizada pues no sabría qué hacer si descubriera que existen entes de otra naturaleza que la humana y luego encontró a Rosa en un rincón, abandonada al llanto, Rosa la vio y siguió llorando así que Carmen se acercó a su rostro y sorbió todas las lágrimas hasta que Rosa dejó de llorar pues Carmen la había dejado sin llanto y entonces sonrío y se abrazaron un buen rato mientras Carmen saboreaba las lágrimas dulces de Rosa en su boca que tiempo después trataría de emular con agua de pozo y azúcar, bebía el agua de lluvia de las corolas, sorbía las lágrimas de otras monjas pero nada le pareció más dulce hasta que un día besó a Rosa en la boca pues tenía sed de su dulzura y a Rosa le pareció que Carmen entraba en su alma y le sacaba la tristeza así que se dejó besar pero eso fue después pues ahora jugaban como dos niñas que eran y reían mucho y su carcajada era como música en el convento.

Cada día se levantaban antes de que amaneciera y se bañaban con agua del pozo, a veces las otras monjas las ayudaban pero empezaron a notar que eran las únicas que se bañaban así que nunca vieron a las monjas sin sus hábitos, llegaron a pensar que nunca se lo quitaban que dormían con ellos que incluso las enterraban con ellos, cosa que comprobaron cuando murió Sor Herme y la enterraron con el hábito y desde ahí se prometieron nunca usar esa ropa tan desagradable e incómoda pues pensaban que al ponerse el hábito nunca más iban a bañarse así con agua fresca del pozo que las inyectaba de energía, sus cuerpos temblorosos se juntaban si hacía mucho frío o se tendían desnudas en el pasto impecable hasta que los rayos de sol las secaban. Nadie nunca les dijo nada, su desnudez mutua era un espejo pues se observaban y entendían como eran sus propios cuerpos pues no habían espejos así que comprendieron muchas cosas viéndose unas a otras además de que eran muy lindas quizás sus padres eran extranjeros pensaban las demás monjas pues tenían rasgos caucásicos y la mayoría de ellas eran mestizas y venían de familias pobres y numerosas donde los padres las corrían de la casa y no querían acabar como prostitutas en las grandes ciudades como les sucedían a personas de su conocimiento, personas que eran incluso sus amigas y a veces llegaba una que otra que después de años de explotación sexual en los prostíbulos entendían que era mejor estar sin los hombres, sin la sociedad sin la corrupción, sin la maldad. Y casi nunca se le preguntaba a nadie de donde venía o porque habían llegado ahí solos se les acogía con amor se les enseñaba a leer con la Biblia y se les imponían ciertas reglas que si eran desobedecidas tendrían que abandonar el convento sin excusa. No había hombres en el convento y si llegaban a venir era para entregar víveres o entregar el correo pero ninguno se quedaba más que un par de horas así que los hombres no estaban prohibidos solo no existían en ese mundo.

A veces Rosa y Carmen iban a la capilla y veían a Cristo en la cruz de tamaño natural y veían sus ojos y su cuerpo y se preguntaban que habría debajo de ese paño que cubría sus partes pudendas y cuando le preguntaban a las monjas solo levantaban el paño y las niñas veían que no había nada solo una superficie lisa así que llegaron a pensar que lo que ellas tenían debajo debía ser una boca y llegaron a tratar de alimentarla solo que experimentaban mucho dolor si trataban de introducir algo lo más mínimo así que terminaron por decidir que no era una boca pero que ese conducto debía llegar algún lado y cuando les preguntaban a las monjas ellas solo les decían que era para tener hijos pero se aterraron con la idea pues el dolor las mataría así que se prometieron nunca tener hijos. Sin embargo en sus juegos para averiguar para que fuera útil, eso que tenían entre las piernas la Naturaleza les dio la clave.
Un día después de bañarse se tendieron en el pasto como de costumbre para que el sol calentara sus cuerpos y así dormían, encima de la alfombra de pasto. Carmen debajo de una pequeño árbol donde una rama daba exactamente por encima de su cuerpo de forma que desde la primera hoja de hasta arriba se empezó a escurrir una gota de agua que fue a dar a la siguiente abajo y a la siguiente abajo hasta que se juntó una muy buena cantidad de agua en la hoja de hasta abajo pero no tanto para volcarse así que como el tallo era fuerte se doblaba un poco y una gota tibia de lluvia cayó entre las piernas de Carmen, la gota estaba tibia tanto que cuando llego a la entrepierna de Carmen ni siquiera despertó, luego cayo otra gota y otra y otra hasta que Carmen se despertó, había experimentado un orgasmo en sus sueños, cuando observó lo que estaba pasando no lo pudo creer, su teoría era hasta punto cierto verdad lo que tenían entre las piernas, esos pliegues de piel si eran bocas pero no tenían hambre tenían sed, así que abrió más las piernas y las gotas cimbraban todo su cuerpo tocándola suavemente y después de un par de decenas se retorcía con una corriente eléctrica que la recorría desde su entrepierna subiendo como una ola de calor por su vientre, erectaban sus pezones opalinos y de su garganta salían gemidos. Cerraba los ojos y cuando pensaba que habían pasado años con los ojos cerrados los abría, entonces comprendió que era una persona sedienta y que por más que tomara agua con miel lo que necesitaba era esa agua tibia que la acariciaba entre las piernas pues ahí es donde tenía sed.
Cuando le contó a Rosa al principio no le creyó así que acordaron ir debajo del árbol cuando lloviera pero Carmen no pudo decirle donde ponerse porque no sabía que la hoja se había vencido después de provocarle un par de orgasmos y entonces después de días y días esperando lluvias e ir a otros árboles decidió explicarle y le dijo que se tendiera en el suelo sin ropa y con sus dedos empezó a tocar a Rosa con delicadeza primero, luego más rápido, emulando las gotas cayendo y tocándola suavemente, hasta que lograba que Rosa se contorsionara y cerrara los ojos transportada a ese mundo mágico donde vio luces brillantes de colores y comprendió que había una cosa más placentera que reír y eso era que Carmen la acariciara pues estas caricias eran mejor medicina que la risa.

Transcurrieron los años y la rutina de vivir en el convento se volvió un estilo de vida y pronto las dos niñas se convirtieron en dos novicias que gustaban del conocimiento bíblico y demás, se encerraban en la biblioteca por horas leyendo historias de lugares desconocidos que pensaban visitar tan pronto cumplieran veintiún años pues así les dijo Sor Cloe pues era claro que ellas no estaban hechas para vivir en el convento.

Mientras tanto lo que empezó como un juego ahora era una adicción cruel que las atormentaba si no satisfacían los deseos de sus cuerpos, recurrían a todo cuanto estuviera a su alcance para amarse libremente, se besaban, se tocaban comprobando como su cuerpo reaccionaba y pedía más y se preguntaron cómo sería que una persona tan ajena a ellas pudieran entender su sensibilidad y la magia de su cuerpo.
Cuando llegaba una aspirante a monja las dos chicas las desnudaban con la mirada pues sabían que estaba prohibido indagar en la vida así que debían reestructurar toda una historia por como vestían, como caminaban, como comían, como miraban, como hablaban. Aprovechando todo minuto que podían observarlas hasta que pronto con el tiempo y la religiosidad se perdía todo rastro de su vida pasada y se convertían en una figura más que no hablaba, que no reía, que solo rezaba y en su ojos se observaba el éxtasis religioso de estar consagradas a Dios y su Iglesia, en si esa mirada chispeante les daba un poco de vida pero aun así parecía que llegaban al Convento para habitar su última casa y olvidar sus pecados y esperar con ansia la entrada al Cielo.

A veces sin que nadie se diera cuenta y eso estuviera totalmente prohibido, Carmen y Rosa, dormían juntas. El manto de la noche, cómplice de sus arrebatos eróticos, las sumergía en la ebriedad que las caricias y los besos provocaban. Su abandono era tal que en los sueños se seguían amando y besando, ahora encima de una nube, ahora con formas de animales de cervatillos, se amaban en la intimidad de lecho tibio anudadas de pies y brazos. Sus lenguas recorrían hasta el último rincón de sus cuerpos, sus pechos cada vez más protuberantes eran presionados desde la base hasta el erecto pezón, mordisqueados, pellizcados, era un hecho que las caricias que se prodigaban eran ejecutadas con tal precisión como si se estuvieran acariciando así mismas, cosa que hacían cuando no podían dormir juntas, después del placer sexual reían con risas de niñas, con sus cuerpos casi convertidos en cuerpos de mujer.

Una noche Rosa no llegó al lugar en el bosque donde habían quedado de verse para amarse detrás del matorral en el panteón.  Pasaron las horas interminables y Carmen no sabía que sucedía tal vez pensó que había encontrado a otra monja en el camino que la había estado entreteniendo pero era demasiado así que regresó y vio a Carmen sentada en el borde de la cama con la cara más pálida que nunca y sin poder hablar. Después de que le preguntara que había pasado Carmen le mostró las sabanas de su cama manchadas de sangre. Carmen se sintió enferma pero por no asustar a Rosa se controló. Recordó a su madre muerta y la sangre a su alrededor y casi se desmaya. Se sentó en la cama y Rosa se estremeció pues pensó que algo malo le había pasado que se había lastimado pero Carmen le dijo que no se asustara pero que la sangre provenía de ahí dentro, de su matriz.  Le dijo que pensaba que iba a tener un hijo y que ella era la madre. Rosa se estremeció. En algún recóndito lugar de su consciencia habitaba la duda acerca de entregarse a Carmen con tanta devoción, así como se entregaban las monjas a Cristo y ahora sabía el porqué: tendrían un hijo y las expulsarían del Convento. Por mucho que hubieran leído en la biblioteca no encontraron referencias de que dos mujeres pudieran tener un hijo. Siempre era hombre y mujer así que lo atribuyeron a un milagro así que empacaron sus cosas y huyeron del convento con Dios como cómplice.



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