Un hogar sin paredes
La camioneta de Pedro deja
una estela de polvo a su paso por el camino que lleva al pueblo. En la radio se
escuchan fragmentos de una canción desconocida y la estática viene y va. Pedro
tiene demasiadas ideas. Necesita despejarse un momento. Se orilla y apaga el
auto. Desciende del vehículo y echa un vistazo. Para donde se mire, el color
verde impera. Entonces lo asaltan recuerdos de su vida pasada. Cuando vivía su
padre y casi lo escucha decir:
- Hijo, aquí se cultiva la
leyenda, crece la confianza, se comparte la seguridad.
Ahora, tiempo después, sabe
que cada hombre escala su propia montaña, conquista su tierra y se llena de
satisfacción realizando sus propias hazañas.
Pedro mira al horizonte como
si algo le debiera y apurando el paso, asciende a su camioneta. Su familia lo
espera, su mujer, Malena debe de estar cocinando, Celso en cambio, libre de
preocupaciones se entiende con una rana que encontró por ahí. Al ver a su padre
corre y lo abraza.
- ¡Encontré una ranita!- le dice el niño emocionado- ¿Me la puedo
quedar?
Pedro sonríe.
- Pero claro, solo que a ver si no salta y se esconde y... Celso
estalla en risas al sentir las manos de su padre haciéndole cosquillas. Luego
lo carga, lo besa y entra a la casa donde su mujer prepara la cena.
- ¡Mira lo que traes chamaco! Ya te he dicho que no andes ahí en
la hierba porque salen bóviras y arañas que te pueden comer vivo – le
dice mientras pica jitomate y cebolla, un sartén humea en la estufa.
Celso voltea a ver a su
papá, ahora serio le pregunta.
- ¿Verdad que no?
Pedro sacude la cabeza dándole
la razón al niño en silencio.
- Eso huele muy bien – le dice a su mujer.
- Ya casi está la cena, mejor váyanse a lavar las manos- contesta
ella.
Afuera, incontables
estrellas anuncian una bella noche, el viento sopla mientras los árboles se
estremecen.
Ya sentados en la mesa,
Malena sirve de cenar, se sienta y todos rezan en silencio, con las manos
juntas.
- Oye pá, ¿Puedo ir contigo mañana? – pregunta Celso con la boca
llena.
Pedro apura a masticar el bocado.
- No puedo
mañana campeón – le dice alborotando el cabello de Celso – Mañana voy a estar
ocupado, vienen de la ciudad unos señores a hablar con nosotros. Mañana no
vengo a comer, nos veríamos hasta la noche, flaquita.
- Suerte Pedro, a ver si ahora si avanzan algo – le contesta
Malena.
Todos preparados para
dormir; Celso acostado en su cama, con la ranita en el abdomen, Malena
preparando la cama y Pedro leyendo unas hojas sueltas.
Afuera empezaron a caer
primero unas cuantas gotas de agua aisladas, luego una ligera tempestad sucedió
subiendo de intensidad poco a poco.
Celso se asomó a la ventana
llamando su atención el sonido de la lluvia torrencial. De pronto, a unos
veinte metros de donde está la casa, un árbol, de mediana estatura, comenzó a
moverse, primero unos centímetros luego un par de metros hasta quedar estático
de nuevo.
El evento hizo que Celso
corriera a buscar a sus papás.
- ¡Má! ¡Un árbol! – apurado le decía para que la acompañara- ¡Está
caminando!
- ¿Quién está caminando? – preguntó Malena.
- ¡El árbol! – le dice Celso.
- A ver, vamos – dice Malena extrañada y al parecer le dio
curiosidad concluyendo que la lluvia daría a miedo a Celso o algo por el
estilo.
Por la ventana, la lluvia
distorsionaba la imagen del árbol que se dibujaba difusa, no se movía a lo que
Malena dijo:
- ¿Cuál, Celso? ¡Ay chamaco! Mejor ya vete a dormir.
Celso metió la ranita en una
caja y se metió en la cama, Malena lo cubrió con las cobijas y le dio un beso.
Le hizo la señal de la cruz y el niño cerró los ojos complacido.
La mañana siguiente nace
embebida de agua de lluvia, de aire fresco y limpio, de olor a hierba mojada.
Pedro se sube a su
camioneta, se escucha el ruido de motor y luego avanza. Apenas está
amaneciendo. El árbol que había visto Celso moverse la noche anterior, brillaba
por un efecto que los primeros rayos de sol refractaban en las gotas de lluvia.
Esta vez Pedro llega y se
encuentra a todos los campesinos ya esperándolo. Hace frío, se puede ver el
vapor saliendo de las bocas de todos cuando hablan o cuando respiran.
- Buenos días a todos – dice Pedro imprimiéndole un leve ímpetu a
su tono de voz.
Los campesinos murmuran
regresando el saludo.
- Buenos días, Pedro – es Rutilio, uno de los amigos y compañeros
de trabajo de Pedro, quien le dobla la edad y fue buen amigo su padre.
Hay una cierta tensión en el
aire que Pedro trata de disipar.
- Me da gusto que estén todos, las cosas están por resolverse.
- Bueno, estábamos platicando y la mera verdá
que nos preocupa esta situación – dice Rutilio en plan conciliador aunque
es aparente su molestia.
-
Sí, se han atrasado los pagos, pensé que estábamos de acuerdo en esperar
un poco más. Aparte no podemos abandonar la cosecha ahora que vamos por la
mitad – contesta Pedro tratando de ser convincente.
-
No pus sí pero se está
corriendo el rumor de que no hay compradores y francamente eso sí que quita el
sueño- dice Rutilio.
- Pues no podemos hacer nada más que esperar, ahora les pido que
esperemos una semana más – dice Pedro, mirando fijamente a Rutilio-. Vamos a
esperar una semana más.
Rutilio baja la cabeza y la
mueve con ligera desaprobación.
- Bueno pues ya oyeron así que a darle que hay mole de olla.
Mientras, en su casa la
tranquilidad es absoluta, sólo se oyen los cantos de algunas aves y el rumor de
agua corriendo.
Las constantes lluvias se
han concentrado, formando pequeños riachuelos, que en su devenir descubren las
raíces de los árboles.
Malena lava y talla ropa en
el lavadero; trae un paliacate y un delantal. Celso está en la escuela.
- A ver niños… ¿Cómo les fue ayer? ¿Qué hicieron? – dice la
maestra
Varios niños levantan la
mano para hablar, la maestra los señala y uno por uno contestan.
- ¡Yo atrapé una gallina!
- ¡Yo anduve en bicicleta por todos lados!
- ¡Yo junté flores!
- ¡Yo vi caminar a un
árbol!
La maestra volteó a ver Celso:
- Los árboles no pueden caminar, porque no tienen pies – dice la
maestra pacientemente -. ¿Quién le dice porque no pueden caminar los árboles?
Se escucha un “¡Yo, yo, yo!”
general.
- Ya sé que no tienen pies maestra pero yo lo vi clarito – dice
Celso.
- Pues necesitas lentes – dice alguien.
Todos se ríen y la maestra
dice:
- No, no, a
ver niños – mientras dibuja un árbol en el pizarrón -. Los árboles tienen unas
cosas que se llaman R-A-Í-C-E-S y son muy profundas ya que por ahí comen los
árboles absorbiendo los minerales y el agua de la tierra. Celso, los árboles
no caminan – concluye – a ver, saquen su libro de Ciencias Naturales en la
página que nos quedamos.
Se escucha una exclamación
de queja general de los niños.
- Las monocotiledóneas y las dicotiledóneas son la forma como se
clasifican...
Celso se queda pensativo.
Ahora la lluvia sorprendió a
todos en el campo. Malena levanta la ropa que estaba en los lazos que sirven de
tendederos y en eso, se suelta la tromba otra vez. Ya dentro de su casa observa
meditabundamente por la ventana del cuarto de Celso.
En ese momento la tierra
reblandecida por la corriente espontánea y una inusual postura del árbol, le
permiten avanzar erguido. Malena corrobora lo que Celso había comentado la
noche anterior. El árbol camina.
Llega Celso empapado.
- Quítate la ropa y no camines que vas a mojar todo – dice Malena
envolviéndolo en una toalla frotando su espalda- Te vas a bañar, ni modo y después de que
hagas tu tarea puedes jugar con tu ranita ¡eh!
La tarde transcurre mientras
no cesa de llover.
Ya muy entrada la noche
llega Pedro. Malena lo estuvo esperando bordando figuras de frutas y al verlo
se alegra de que nada le hubiera sucedido.
- Hola, amor – dice Malena suavemente, mientras lo besa.
- Se descompuso el tractor otra vez –le dice
Pedro desanimado devolviendo el saludo – Rutilio se quedó conmigo para
arreglarlo, estoy tan cansado que ni hambre tengo, vamos a dormirnos, negrita.
Malena piensa decirle lo del
árbol pero no quiere entretener a Pedro que se ve apaleado por la jornada de
hoy. Mañana será muy tarde ya que el árbol llevado por la corriente que ha
crecido, encontrará el cauce del río y desaparecerá, junto con la cosecha de
ese año.
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